La franqueza desgarradora de la pensadora ha superado un millón de visitas en una entrevista en la que habla del pasado y las ideas
Por Rosalía Sánchez/ABC Cultura
Cuando estábamos a punto de tirar la toalla y aceptar que en las redes sociales los destinados a triunfar eran, en el mejor de los casos, los vídeos de gatitos, Hanna Arendt llega para demostrar, no solamente que cabalga después de muerta, filosóficamente hablando, sino que la historia, la política y el pensamiento de calidad sobreviven en el nuevo mundo surgido de internet, apenas se les haga un pequeño espacio.
Este vídeo, una entrevista a la filósofa realizada en 1963 por el periodista Günter Gaus y que no había vuelto a ver la luz desde que fue emitida por la televisión alemana, ha superado en Youtube el millón de visualizaciones. Sus traducciones a diferentes lenguas, como el español, también cosechan éxito de espectadores, poniendo de manifiesto las ansias de profundidad y de testimonios fidedignos por parte de los internautas del siglo XXI, a los que Arendt anima a la autocrítica: «No encuentro patriótico a quien ama tanto a su pueblo que se siente obligado de por vida a pagarle el tributo de la adulación». También previene contra el consumismo: «Hoy, el ciclo de trabajo y consumo arroja al hombre contra sí mismo, porque esas dos actividades ocupan en su vida todo el espacio que debería ocupar lo autenticamente relevante».
«No encuentro patriótico a quien ama tanto a su pueblo que se siente obligado de por vida a pagarle el tributo de la adulación»
Resulta difícil imaginar que diría hoy Hannah Arendt si supiera lo lejos que llegan sus palabras. Ella, que justificaba su obra escrita explicando: «No me preocupa la influencia que puedan tener mis obras, lo que me preocupa es comprender y escribir forma parte de comprender, forma parte del proceso. Si tuviera la posibilidad de recordar todo lo que pienso, posiblemente no habría escrito nada. Cuando logro desarrollar un pensamiento necesito además expresarlo adecuadamente a través de la escritura. Si después otros comprenden en el mismo sentido que yo, es una doble satisfacción, un sentimiento de liberación y de sentirme como en casa».
Su franqueza gusta a las redes
Su cruda franqueza se adapta con facilidad al tipo de comunicación que requieren las redes y su falta de corrección política resulta de lo más actual, como cuando afirma que «hay determinadas ocupaciones que no son para las mujeres. Cuando una mujer empieza a dar órdenes, eso no tiene buen aspecto, debiera intentar no llegar a tales posiciones si le importa seguir siendo femenina. Personalmente, nunca me ha importado».
Aunque para los internautas alemanes, seguramente lo más valioso de su pensamiento es el testimonio de experiencia de unos años de los que a menudo sus padres y sus abuelos han preferido no hablar demasiado. «Nunca me habían interesado la historia ni la política, pero en 1933 no era posible ya esa indiferencia. El 27 de febrero de 1933, el incendio del Reichstag y todas aquellas detenciones ilegales aquella misma noche, la llamada “detención preventiva”, llevándose a la gente a los sótanos de la Gestapo… lo que se desencadenó aquella noche fue monstruoso y a menudo queda ensombrecido por lo que vino después. Pero para mí supuso una conmoción inmediata y desde ese momento sentí una responsabilidad, pensé por primera vez que no podía quedarme al margen», relata sobre su toma de conciencia política.
Infancia de otro planeta
Los recuerdos infantiles de Hannah Arendt parecen no de otra época, sino de otro planeta. Cuenta cómo creció leyendo a Kant, a Jaspers, a Kierkegard… y para desengrasar poesía griega clásica que todavía en 1963 recitaba de memoria con soltura. «Yo no supe por mi familia que era judía. Mi madre no era religiosa, mi padre murió muy pronto… Mi abuelo era presidente de la comunidad Judía Liberal de Königsberg y me topé por primera vez con la palabra “judío” por los insultos antisemitas de otros niños en la callle. Después fui ilustrada al respecto y, con el tiempo, se convirtió en una cuestión esencial de mi identidad, igual que, todavía en mayor medida, para mi madre. Me considero judía y no me considero alemana», rememora.
«Yo no supe por mi familia que era judía, me topé por primera vez con la palabra “judío” por los insultos antisemitas de otros niños en la callle»
El profesor de culturas digitales de la Universidad de Luneburgo Götz Bachmann, considera que «la entrevista triunfa en Youtube porque es un documento increíble, porque mezcla un gran poder intelectual y una honestidad desgarradora», sugiriendo cuánto pensamiento valioso se perderá en la era digital por el simple hecho de no estar grabado en vídeo.
Berlín, tras la Noche de los cristales rotos-ABC
«Las experiencias de antisemitismo envenenaron el alma de muchos niños», dice en un lúcido recordar de sus primeros años, «la diferencia, en mi caso, es que mi madre era partidaria de no humillarse, de defenderse. Cuando los profesores humillaban a otras niñas, especialmente judías del este, yo tenía instrucciones de levantarme inmediatamente, abandonar el aula y marcharme a casa. Debía informar de lo ocurrido y mi madre, entonces, escribía una de sus muchas cartas de protesta. Yo me quedaba un día sin colegio y aquello me parecía estupendo. Si los comentarios venían de otros chicos, en cambio, no se me permitía quejarme en casa. Tenía que defenderme yo sola. Por eso nunca me afectó demasiado, porque disponía de unas normas de conducta que preservaban mi dignidad. Me sentía completamente protegida».
«La conmoción llegó por la uniformización, no por lo que hicieron nuestros enemigos, sino por lo que hicieron nuestros amigos…»
Hanna confiesa que desde 1931 estaba convencida de que los nazis llegarían al poder, pero precisa que no fue ese el motivo de mayor conmoción para los judíos. «Desde hacía al menos cuatro años era evidente que la mayor parte de los alemanes estaba contra nosotros, ¡no necesitamos que Hitler llegase al poder para eso!. La conmoción llegó por la uniformización, no por lo que hicieron nuestros enemigos, sino por lo que hicieron nuestros amigos…».
En sereno tono de reproche subraya que «la uniformización comenzó como algo voluntario, no como consecuencia del terror. Fue como si en torno a nosotros se abriese un espacio vacío. Yo vivía en un mundo de intelectuales, pero conocía también a personas de otros medios. Y pude comprobar que esa uniformización se extendió mucho antes entre los intelectuales que entre personas de otros medios. Y eso nunca he podido olvidarlo. Abandoné Alemania pensando que nunca más me metería en cosas intelectuales, nunca más quería estar entre semejante gente. No lo sigo pensando con la misma intensidad, pero si tenemos en cuenta que pertenece a lo intelectual el forjar ideas sobre el otro, el hecho de que los intelectuales se uniformasen y forjasen esa idea sobre Hitler resulta, sencillamente, grotesco. Los intelectuales alemanes cayeron en la trampa de sus propias ideas».
«Así supe de Auschwitz»
Tenía 23 años cuando huyó de Alemania. El presidente de la organización sionista la buscó para realizar un trabajo de recopilación, un compendio de todas las expresiones racistas y segregacionistas que se estaban infiltrando en la sociedad alemana a través de la nueva legislación de profesiones. Se trataba de un trabajo ilegal y no quería que ningún sionista se ocupase personalmente de ello porque, en caso de caer, caería con él toda la organización. Debido a esta tarea fue arrestada y pasó ocho días en prisión, tras lo cual abandonó el país de forma ilegal y no regresó hasta 1949. Exiliada en Francia, relata sus trabajos de apoyo a los refugiados alemanes, arrojando excelsa luz sobre la actual polémica por los refugiados en Alemania, y cuenta cómo, ya viviendo en EE.UU., supo acerca de Auschwitz. «Fue en 1943. Mi marido y yo no nos lo creímos… Sabíamos que esa tropa era capaz de lo peor, pero mi marido repetía que tan lejos no podían llegar. Medio año después sí que lo creímos porque vimos pruebas. Y fue como si el abismo se abriese. Todo lo demás podía asimilarse. Eso no».