‘Fake news’: cuando la opinión vale más que los hechos

2017, el año de la posverdad

Diversos pensadores tratan la imparable proliferación de noticias falsas en un mundo hiperconectado

Por Josep Massot/La Vanguardia

Una consultora líder mundial en tecnologías de la información, Gartner, sostiene en su último informe que en el 2022 el público occidental consumirá más noticias falsas que verdaderas y que no habrá suficiente capacidad ni material ni tecnológica para contrarrestarlas. ¿Quién lo dice? Gartner, con sede en Stamford, tuvo como mayor accionista a la compañía de capital riesgo Silver Lake, participada por varios gigantes de la informática que siguen manteniendo sus posiciones en el consejo directivo. ¿Cómo saber si una noticia sobre ‘fake news’ puede ser también una fake new o un vaticinio interesado?

Las informaciones circulan tan masiva y aceleradamente en las redes sociales que tendemos a agarrarlas y retransmitirlas con el mismo instinto compulsivo que el de un jugador de ping-pong: las capta y rebota, sin detenerse a comprobar su veracidad. Cuando el ritmo de las comunicaciones iba a paso de diligencia o de telégrafo, había más noticias falsas que en la actualidad, con consecuencias a veces trágicas, difíciles de revertir, aun después de haber sido comprobada su falsedad. Hay personas que aún ­creen en El protocolo de los sabios de Sión, un texto redactado por la policía zarista y atribuido a los judíos para justificar los pogromos.

Hoy es cierto que las fake news proliferan y se reproducen a gran velocidad, pero, a diferencia de otras épocas, es más fácil desmentirlas. A pesar de ello, el periodismo riguroso tiene dificultades para hacerse oír entre el griterío.

Palabras de doble lengua

No sólo hay noticias falsas, las técnicas de simulación de la realidad llegan también a la imagen en un mundo que se ha acostumbrado a no distinguir la realidad de la ficción, en literatura, cine, televisión o en las redes sociales. La palabra vive una crisis similar a la de entreguerras y queda como carcasa hueca cuando su significado es alterado según quien la diga. En Catalunya, palabras o conceptos como democracia, nazi, Estado de derecho, nacionalismo, dictadura, legitimidad, ley, autoritario, exclusión, libertad, presos políticos… han quedado huérfanas del pacto social que fijaba sus contenidos para que todo el mundo se entendiera al em­plear­las.

Iván de la Nuez afirma que “la historia ha demostrado que Orwell y no Marx es quien tenía razón”, no sólo por el triunfo de la sociedad vigilada, el Gran Hermano permanente de internet, sino también por la perversión de las palabras. Orwell habla en su libro 1984 del doublespeak y el doublethink Xenófobos o autoritarios ejerciendo la xenofobia o el autoritarismo en nombre de la democracia y la tolerancia. En los mapas europeos que muestran el auge de fuerzas autoritarias y excluyentes, suele verse todo el continente coloreado en diversos tonos, menos la península Ibérica, que aparece en blanco. ¿Dónde están la extrema derecha y el populismo en España? En Twitter las fake news ayudan a cultivar el odio. Y en muchos casos, el odio étnico.

“Si no compartes, no es noticia”

“Si no sale en la tele, no existe”, solían decir los publicistas. Ahora, el lema es otro: “Si no la compartes, no es noticia”. El tuit, comentario en Facebook o vídeo en YouTube que no se comparte está condenado a no dejar huella. Es fácil distinguir los bots que han invadido Twitter, activados por una empresa o un partido político para apoyar a sus clientes o denigrar a sus rivales, pero, una vez visto el truco, van mutando rápidamente para camuflarse mejor. Hoy es posible que uno discuta con un robot o sean los robots quienes debatan con otros robots. Un detalle más para la confusión del ser humano con la inteligencia artificial.

La verificación de las noticias a cargo de profesionales solventes es cara; por eso, en una reciente visita a Barcelona, el músico Brian Eno no dudó en afirmar que el buen periodismo se ha de pagar. “Si es barata, no es noticia”.

Monique Leibovici: “Los hechos no importan, sólo las opiniones”

Monique Leibovici es filósofa y miembro del Laboratorio de Cambio Social y Político de la Universidad París Diderot-París VII. Recientemente ha intervenido en el CCCB en una charla sobre Verdad y mentira en la política, un libro de Hannah Arendt que, reeditado por Página Indómita, vive un fulgurante boom de ventas. Leibovici señaló cómo en 1971 Daniel Ellsberg, un analista militar del Pentágono, filtró al The New York Times un informe secreto que demostraba cómo un grupo de estrategas falseó datos para provocar que Johnson hubiera decidido embarcarse en la guerra de Vietnam antes del hecho que oficialmente desató la intervención: los incidentes de Tonkin de 1964.

“La mentira organizada –dice la pensadora– no concierne a tal o cual hecho aislado, sino que fabrica un sustituto de la realidad que no se contenta con deformar la realidad o esconderla, sino negarla”. La mentira como una obligación moral. Leibovici señala cómo los asesores de Johnson mentían no para conquistar el mundo sino para ganar la batalla de imagen en una operación gigantesca de relaciones públicas, alejados en sus cálculos de toda realidad: “Para salvar a los vietnamitas del peligro comunista no dudaban en incendiarlos con napalm”.

¿Y hoy?, Monique Leibovici cita un tuit de Donald Trump: “Él escribió que el concepto de cambio climático fue creado por los chinos para hacer la industria norteamericana menos competitiva”. “Eso –dice la pensadora– es una perla. Pone en el mismo plano un dato que ha quedado establecido por la ciencia y una opinión. Al decir que era un invento contra la industria norteamericana le daba cierta coherencia y manipulaba los hechos, y la opinión se imponía de forma mecánica”. ¿Qué antídoto hay”. Según Arendt, “una prensa libre y no corrompida, el derecho a una información verídica y no manipulada, sin la cual la libertad de opinión no es más que una cruel mistificación”.

Fina Birulés: “Hay autoengaño, nos gusta vivir en la posverdad”

La filosofa Fina Birulés dice que la palabra posverdad no se ha aceptado tan rápidamente como parece, pues surgió en 1992, en un artículo de un dramaturgo serboamericano. “Hay mucho autoengaño. Parece que queremos vivir en la posverdad. Los hechos no nos importan en nuestra país. Saber la corrupción que hay no genera nada. Si ya es difícil que conozcamos los hechos, cuando llegan, no importan, las dinámicas políticas hacen que se conviertan en irrelevantes. Si Arendt nos enseña algo es que tanto el pesimismo como el optimismo son formas de protegernos. Haga lo que haga, o todo irá bien o todo irá mal”.

Birulés dice que Hannah Arendt vio que en las sociedades democráticas una de las vías para negar la realidad objetiva y conseguir la manipulación masiva de los hechos y de las opiniones es la de que, “con el pretexto de que todo el mundo tiene derecho a su propia opinión, se sustituyen los hechos por opiniones, se miente de manera que incluso algunos consideran que esta es la esencia de la democracia, pero se puede afirmar que, aunque los hechos creen opiniones, la libertad de opinión es una farsa a menos que garantice la información objetiva y no estén en discusión los hechos mismos”. Es la anécdota de Clemenceau. El político francés estaba discutiendo con un alemán sobre a quién culparía la historia del inicio de la Primera Guerra Mundial. Las interpretaciones tienen un limite: “Estoy seguro –dijo Clemenceau– que no dirá que Bélgica invadió Alemania”. “La realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarnos a lo inesperado”.

Daniel Gamper: “El galimatías no distingue verdad y mentira”

Daniel Gamper es profesor de Filosofía Moral y Política en la Universitat Autònoma de Barcelona. “No es que haya más mentiras o que sean más invasivas –dice–, sino que no hay manera de distinguir entre verdad y mentira. Sin duda los canales por los cuales circulan los mensajes, es decir preferentemente las redes sociales, son en gran parte responsables de eso. La brevedad es necesaria para conseguir una gran difusión. El galimatías no permite distinguir entre verdad y mentira. Se ha destruido el criterio de verificación: los hechos”.

“La mayoría de los mensajes –prosigue Gamper– en realidad no son mensajes cuyo contenido sea medianamente objetivable. Son más bien estímulos producidos por imágenes. La falacia en el argumento está vinculada al lenguaje. En una sociedad en que impera la comunicación visual, las palabras pierden peso y pueden ser maltratadas de muchas maneras”.

“Hoy –constata– estamos en el eslogan y, sobre todo, en la imagen. No es ninguna novedad; sin embargo, ya hace tiempo que las imágenes y por consiguiente las relaciones públicas son imprescindibles en política y por los poderes fácticos. La imagen asociada a un mensaje comprensible y lo bastante transversal mueve las masas. Al mismo tiempo, la sociedad es cínica, y todo el mundo ya ha aprendido a dudar, o mejor dicho, cada uno escoge de quién no desconfía. La economía capitalista y su aparato publicista han colonizado la esfera pública, y las relaciones corren el peligro de medirse con patrones economicistas. ‘Gestionamos’ las emociones y ‘administramos’ la vida. Son dos ejemplos de pérdida de humanidad en el lenguaje público. Quizás una de las enfermedades del lenguaje actual sea el imperio del eufemismo: el hecho de que los discursos se muevan entre la sinceridad y el cinismo. Trump es el ejemplo: se le valora por decir lo que piensa y no por pensar antes de hablar”.

Ruiz Simón: “La mentira siempre se ha entendido con la política”

“La mentira –dice Josep Maria Ruiz Simón– siempre se ha entendido bien con la política. No se puede descartar que el incremento de este recurso sea directamente proporcional al de la politización de la sociedad”.

El filósofo y politólogo cree que “probablemente la cultura de la emprendeduría, que es la forma de religión más extendida en las sociedades contemporáneas, ha contribuido a modificar la relación de los individuos con los relatos. En esta cultura no hay lugar para la vieja ética ilustrada que consideraba valioso no engañar a los otros y sobre todo no engañarse a uno mismo. Lo único que valora es el éxito o el fracaso de los relatos en el mercado de la opinión pública”.

¿Cómo se crean los mecanismos de engaño? “El mecanismo que explica por qué alguien compra una realidad en lugar de otra alternativa –sostiene– es parecido al del consumo de otros bienes. Ante versiones diversas de los mismos hechos, cada uno tiende a comprar la que interpreta que satisface mejor sus deseos. Y el deseo de verdad no acostumbra a ser un deseo dominante”.

Fernández-Martorell: “Aprender a pensar por sí mismo”

Mercedes Fernández-Martorell es profesora de Antropología en la Universitat de Barcelona. “Cuando la persona recurre a la mentira en foros o discusiones públicas –explica– expone lo que le gustaría pensar, sentir o saber y convencer a los demás de lo mismo. Rasgos de la mentira: adquirir notoriedad dañando a alguien que tiene reconocimiento; inducir a un error en beneficio propio; encubrir objetivos; proyectar malas prácticas que se cree que autobenefician… Lo que llamamos realidad procede de ideaciones del propio ser humano, al igual que lo que denominamos mentira, así la sustitución de la verdad por la mentira funciona por idéntica fórmula: por consenso. Es decir, por acuerdo, por consentimiento del colectivo”.

Desculturización de la población

Los recortes en educación y cultura acentúan la desculturización de la población, que, así, se encuentra con menos armas para pensar por sí misma y absorber sin crítica alguna los mensajes del marketing político. En un tiempo de relativismo (“una verdad para cada cual”) que Colin Crouch ha definido como posdemocracia, el anuncio de que en cinco años habrá más noticias falsas que verdaderas puede que se cumpla. Pero nada es gratis. Puede servir para que la industria venda cortafuegos, como excusa para que el gobierno limite la libertad de expresión o de acicate para que el periodismo riguroso trate con objetividad los hechos y los separe claramente de la opinión.

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