La dolorosa despedida de Miguel Ángel

 Carlos Ferreyra |La Crónica de Hoy

 


La oficina de la Subdirección Editorial del periódico que dirigía Julio Scherer, era conocida como la cueva de los migueles. Era un refugio muy cálido por la presencia, siempre habitual, de Miguel Ángel Granados Chapa y de Miguel López Azuara, que compartían la responsabilidad del comentario editorial y la relación con los analistas que engalanaban las páginas del diario.

 

Allí se reunían don Daniel Cosío Villegas, Ricardo Garibay, Guillermo Jordán, Froilán López Narváez y muchos más cuya relación sería interminable. No se trataba sólo de visitas sociales, sino de encontrar puntos de coincidencia para los temas del día, lo que le daba coherencia a la publicación pero, más que eso, una formalidad que hizo las planas editoriales las más importantes de cada edición.

 

A pesar de su importancia en las jerarquías profesionales y dentro de la estructura de la cooperativa, los migueles siempre fueron amistosos y muy accesibles a quienes, como yo, llegábamos de otros medios y teníamos poco contacto con la prensa local.

 

Versión de una las secretarias de Scherer: Rafael Cardona me nombró segundo de a bordo para las páginas de espectáculos, de las que sería responsable. Tajante, el director lo rechazó, a lo que Cardona respondió que si no se aceptaba su propuesta no asumiría el cargo.

 

Miguel Ángel, hombre siempre justo, comentó a Scherer que no se debía dirigir un diario con prejuicios, y pidió una reconsideración porque, en su opinión, se trataba de una persona (aquí coloque el amable lector los elogios que se le ocurran) que contaba además con un expediente limpio.

 

Empezamos a trabajar en las páginas de espectáculos y una de las primeras decisiones de Rafael fue cancelar anuncios de toda suerte de antros de mala muerte, y el rechazo de acuerdos entre artistillas y reporteros para publicar fotos y notas con arreglo económico sin pasar por las arcas del periódico. Fue el principio del fin, poco tiempo después hordas de energúmenos drogados nos echarían del diario.

 

Supe por primera ocasión de Miguel Ángel cuando me iniciaba en esta azarosa profesión. Trabajaba en un semanario y conocimos de su secuestro, todavía estudiante universitario. Denunciamos el hecho, lo defendimos y afortunadamente todo se resolvió sin mayores daños, hasta lo que recuerdo.

 

Compañeros en un diario capitalino, me invitó a participar en un interesante experimento. Como director de la carrera de periodismo en la UNAM, Unidad Acatlán, se le ocurrió invitar a reporteros en activo para que impartieran clases. Fue una experiencia maravillosa y creo que muy positiva.

 

Posteriormente nos encontramos en otras redacciones y sostuvimos una muy buena amistad, aún y cuando no nos frecuentábamos. Alguna vez fuimos a comer al restaurante Luau de la Zona Rosa. Nos acompañaba Samuel del Villar y algún otro par de colegas. El mesero ponía especial cuidado al atender a Miguel Ángel de tal manera, que se prestaba a la broma. “Ya le gustaste”, dijo alguno de nosotros.

 

Unos  minutos después y en voz baja, el mesero le dijo a Miguel Ángel: “Señor, hemos progresado ¿verdad?”

 

Lo recordamos después. Era el mismo que lo atendía en un restaurancito de chinos en la antigua calle de Rosales. Él ya estaba en un sitio de primera categoría y Miguel Ángel ya podía comer allí. Efectivamente habían progresado.

 

Muchas otras anécdotas podrían contarse de un hombre que hizo escuela no sólo en la academia, sino en las redacciones. Con mano solidaria y el consejo siempre oportuno hay muchos periodistas, ahora en activo, que le reconocen su lugar en el periodismo mexicano.

 

Con Manuel Buendía, aunque con estilos distintos, han sido, a la fecha, uno de los más valiosos columnistas, de los que contribuyeron en mucho a dignificar la profesión, a darle un nivel mayor y una formalidad que se alejó del chisme, característica durante muchos años de los comentaristas de asuntos políticos.

 

Duele la frase final de su última columna, publicada en Reforma el viernes 14: “Esta es la última vez en que nos encontramos. Con esa convicción digo adiós”.

 

 

 

 

 

 

 

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