Testimonios: Las ‘ruinas’ que el temblor de 1985 dejó en los mexicanos

La mañana del 19 de septiembre de 1985, un terremoto de 8.1 grados Richter dejó entre 10,000 y 40,000 personas muertas en la Ciudad de México.

Aunque cada uno lo vivió de forma diferente, para todos fue traumático. 15 personas nos cuentan su historia tras 29 años del sismo

Por José Roberto Cisneros D. / CNN México


Todos lo vivieron de diferente forma. A algunos las circunstancias los favorecieron y no sufrieron tragedias mayores, pero otros no corrieron con la misma suerte y perdieron a algún ser querido o quedaron en el desamparo.

Lo que tienen en común es que todos vivieron una experiencia traumática la mañana del 19 de septiembre de 1985, cuando un terremoto de 8.1 grados Richter sacudió a la Ciudad de México y provocó una cifra de víctimas fatales calculada en más de 10,000 y que derribó decenas de edificios.

Ahora —a 29 años de distancia—, 15 personas comparten sus historias. CNNMéxico obtuvo estos testimonios a través de entrevistas, por correo electrónico o redes sociales, mismos que no pudieron ser corroborados de manera independiente.

Una disyuntiva

Beatriz Saldaña, actualmente de 60 años de edad, vivía entre las calles de Álvaro Obregón y Monterrey, en la colonia Roma, una de las más afectadas por el sismo.

Lo que para ella era una mañana normal de jueves en la que fue a dejar a la escuela a su hija, se convirtió en una situación de riesgo para la vida de su familia.

“Dejé a mi hija en la escuela y a mi hijo en la casa, y (tras el temblor) tuve una disyuntiva en ese momento de qué iba a hacer, si me regresaba por mi hija o me iba a la casa. Me regresé por mi hija porque estaba en un edificio que no conocía cómo iba a funcionar (…) Me pregunté ‘cómo está la escuela’, y me regresé. Cuando regresé a la casa, mi hijo estaba encerrado porque no pudo salir, estaba llorando, tenía ocho años”, relata.

La señora Saldaña participó en los trabajos de rescate, en la que le tocó ver morir a un joven recién rescatado.

“Me quedó la amarga experiencia de un estudiante que sacamos de Chihuahua, ya lo estábamos sacando, y al salir se regocijó, y cuando sube a la ambulancia, se muere, le dio un infarto… muchas emociones. Sus papás estaban afuera, todos aplaudimos, y al momento en el que se sube a la ambulancia le dio un infarto (…) Ese chico lloró, gritó, abrazó a su mamá, me abrazó a mí, pero se lo iban a llevar en la ambulancia porque estaba lastimado, arrastraba una pierna… él se quería ir con sus papás”, recuerda.

“Se salvó de milagro”

Horacio Cruz, de 64 años de edad, cuenta cómo cayeron dos edificios cercanos a su domicilio, en uno de los cuales una de sus amigas logró salvar la vida “de milagro”.

“Cargué a mi hija, me puse debajo de una trabe, y como el departamento tenía ventanas, vi por la ventana cómo se derrumbó un edificio como de ocho o 10 pisos que pertenecía a Aeropuertos y Servicios Auxiliares; unas pocas personas saliendo, pero no hubo ahí muertos ni nada porque era todavía muy temprano”, comenta.

“Otro edificio en Coahuila y Tonalá, sí se cayó por completo, eran como cinco pisos, pero ahí sí murieron muchas personas porque era habitacional, de departamentos. Una vecina, amiga mía, vivía en ese edificio, se salvó de milagro porque dejó la puerta de su departamento abierta. Cuando empezó el temblor, salió corriendo nomás oía cómo gritaban ‘déjenme salir; ábranme’, pero ya se estaba venciendo el edificio, y no, las puertas ya no abrían. Bajó por escaleras, empezaban a caerse, pero sí llegó a salvarse con sus dos niñas”, agrega.

Una familia “destrozada”

Guillermo Ramírez, de Oaxaca, cuenta que vivió el terremoto del 85 como uno de los recuerdos que más lo han marcado, pues siendo un niño de 11 años vio a su familia “destrozada” porque su tío Toño estaba hospedado en el hotel Regis, uno de los edificios emblemáticos que cayó.

“Tío Toño, como cariñosamente le llamábamos al esposo de la hermana de mi madre, era corresponsal en Oaxaca del periódico El Día y se encontraba en la Ciudad de México convocado por el diario para el que colaboraba. Los días subsecuentes estuvieron marcados por la zozobra. Mis padres se trasladaron ese mismo 19 de septiembre por la noche a la Ciudad de México, para buscar a Antonio Mejía García… no lo consiguieron.

“Tras más de mes y medio de búsqueda solo pudieron recuperar su maleta y un saco medio quemado y lleno de polvo con su identificación. Durante esos días, mi tía Martha y mis padres Aurora y Esteban durmieron en casas de campaña, fueron víctimas del pánico con las replicas del sismo, recorrieron hospitales, vieron centenares de muertos, álbumes con fotografías de rostros desfigurados, cuyos cadáveres habían sido enviados a fosas comunes, y sintieron en carne propia la tragedia que superó a las autoridades de la época».

«Hoy, 29 años después, mis primos, que en ese 1985 eran unos niños de tres y seis años, uno es médico, el otro abogado, y fueron sacados adelante por una valiente madre, que a pesar de la tragedia, jamas se rindió”, nos escribe Guillermo por correo electrónico.

Una carrera, a raíz del sismo

Humberto Estrada, entonces un joven de 16 años de edad, inició su carrera de rescatista a raíz de la tragedia. “Gigo”, como se le conoce en el grupo de rescatistas de los “topos”, comenta que su primera experiencia fue con la caída de un edificio en la calle de Zarco, en la colonia Guerrero, con dos niños —sus sobrinos—  atrapados en su casa.

“A raíz del terremoto de 1985 se colapsa mi vecindad, quedan atrapados mis sobrinos, hago el primer rescate de dos personas con vida, que eran niños, y de ahí sigo mi carrera de rescatista”, cuenta.

“Lo perdimos todo”

Nicté-Ha Guzmán, ahora de 57 años de edad, vivía en el edificio Tlatelolco, contiguo al Nuevo León, que se cayó en el sismo, detalla la manera en la que esta edificación colapsó parcialmente.

“Fue impactante ver a algunas gentes con trabajo salían, a otras las ayudábamos a salir, y les preguntábamos de qué piso eran y varios nos decían que del tercero o cuarto, supusimos que las primeras de planta baja, primero y segundo piso, se habían quedado hundidas (…) la parte superior cayó hacia adentro de la unidad, porque preguntábamos a las pocas gentes que lograron sobrevivir, de qué piso eran, ‘piso 10, 11, 12’”, rememora.

La señora Guzmán añade que, más allá de la experiencia personal, fue difícil superar las consecuencias que deja un fenómeno de esta magnitud.

“Viviendo en Tlatelolco, a pesar de que nuestro edificio no sufrió ningún daño, tuvimos que evacuar en 24 horas y fuimos de las gentes que teníamos nuestros muebles afuera… prácticamente a regalar los muebles, todo estaba nuevo pero pues lo iba a perder, no lo podía tener en la calle. Vilmente nos sacaron y nos tuvimos que ir a refugiar a casa de mis suegros. Fue muy traumático emocionalmente. Nunca nos apoyó nadie; nosotros salimos adelante por nuestros propios medios, empezando nuevamente de cero porque no nos quedó más”, señala.

“Estaba muy impactado de que sus hijos estaban vivos”

Hugo Ibarrola, vecino de 69 años de edad de la Condesa, menciona la historia de un edificio que colapsó en esa colonia, en la calle de Laredo, donde sus tres pisos cayeron sobre una casa, justo en el cuarto que habitaban los niños.

“Los niños no estaban en su recámara porque el papá estaba corriendo en el Parque España, en el momento en que sucedió el temblor, y entonces los niños se habían ido al cuarto de él a ver la televisión. Estaba tan impactado el señor, el arquitecto Francisco Serrano –una persona conocida, él había construido el edificio y la casa de al lado–, estaba llorando afuera de su casa, muy impactado de que no había pasado nada y de que sus hijos estaban vivos”, detalla.

“Una escena horrible”

Daniel López posteó en nuestra cuenta de Facebook su experiencia al descubrir a dos de sus pequeños vecinos muertos.

“Tenía 14 años y me alistaba para ir a la secundaria. Vivía en un cuarto piso y apenas terminaba de vestirme cuando comenzó (el temblor). Fue durísimo. Una casa de enfrente se cayó, y pues en cuanto pudimos fuimos a ayudar y desgraciadamente sacamos de los escombros a una niña de aproximadamente 15 años que tenía entre sus brazos a su hermanito pequeño de tres años, ya fallecidos los dos. Fue una escena horrible”, nos escribió.

“A cada paso que dábamos era ver destrucción”

Yessica Cortés, que habitaba en la calle de Lecumberri, en el centro de la ciudad, nos relata las escenas dantescas que observó en cuanto salió de su casa, que a pesar de ser una vecindad antigua no sufrió mayores daños, a diferencia de otras construcciones en las cercanías.

“Una vecina que vendía comida estaba cocinando y se le cayó encima una olla que le provocó quemaduras severas. Salimos totalmente a la calle y vimos casas desechas y algunos edificios que se habían aplastado, cayendo desde el último piso al primero. En esa calle había una guardería que también se cayó. Las vías por donde pasaba anteriormente el tren se levantaron desprendiéndose del suelo. Fue algo muy desolador; a cada paso que dábamos era ver destrucción y escuchar lamentos, muchos pidiendo ayuda y otros tantos, tal vez, dando su último aliento.

“Vi un zaguán grande de metal, que solo tenía unas rejillas para asomarse, y desde ahí salían voces desgarradoras pidiendo ayuda con mucha desesperación”, escribió en un correo electrónico.

A pesar de todo, se siente agradecida de haber salido sin daños.

«Les puedo decir que me siento muy afortunada porque sobreviví al terremoto de 1985 y también mi familia, porque aunque me tocó ver de primera mano lo acontecido, supongo que no nos tocaba morir en ese momento», agrega.

Recuerdos dolorosos

“(Recuerdo) la tragedia de todos los edificios que se derrumbaron, las ambulancias y los heridos (…) una señora al pie de su casa, ya no tenía una pierna en la colonia Roma Norte”, dice —sin poder contener una lágrima— la señora Eréndira de Lobato, vecina de la colonia Condesa.

Médicos y pacientes, atrapados

Luz Elena Orozco, de 43 años, asegura que, aunque era muy joven, le impactó saber que gente que conoció y edificios que veía cotidianamente, habían desaparecido.

Comparte la historia de su tío, quien estuvo desaparecido durante tres días ayudando a sus colegas médicos.

“Mi tío era doctor y estaba sacando a los doctores del Hospital General —que ahora es el Siglo XXI—, y todo se cayó con todos los enfermos adentro. De él no supimos nada, porque tres días y tres noches estuvo rescatando gente, hasta que de buena suerte entró la llamada —no había ni celulares ni nada— y nos avisó que estaba bien, y después de cómo dos días más lo vimos”, indica.

Su esposo, Gabriel García Rojas, añade que en el centro su padre presenció la caída de una escuela con jóvenes adentro.

“Mi papá estaba estacionado en el centro y le tocó ver cómo se caía el Conalep y escuchar a los chavos gritando dentro del edificio”, asevera.

Réplica y rayos

El señor Víctor Manuel —pide que reservemos su apellido—, de 55 años de edad, menciona que durante una de las réplicas del terremoto se vieron rayos eléctricos en el cielo, lo que incrementó el pánico entre la población.

“Rayos, descargas eléctricas. Todo mundo desesperado, querían correr y protegerse con algo por la réplica, por lo que se había sentido el día anterior, y ya las noticias que se habían dado”, afirma.

“En calzones y con hijo en brazos”

Con 29 años de edad, Alejandro Cerón era un recién nacido, pero le han relatado que su padre hizo todo lo posible para salvarlo… Su instinto incluso lo hizo pasar de largo a su esposa y a su madre.

“Yo tenía 11 días de nacido y como seis en la casa. Cuando inició el temblor, mi padre se levantó de la cama, me tomó de la cuna y corrió por las escaleras conmigo en brazos, empujando a su mujer —quien recientemente había parido— y a su madre enferma, y no paró hasta llegar a la calle, en calzones y con su hijo en brazos”, cuenta a manera de anécdota familiar.

“No me tocaba”

“Tenía 22 años estaba en casa, comienza el terremoto y mi papá nos dice a mi mamá, hermanas y a mí: ‘párense debajo de los marcos de las puertas’, y el librero que estaba al lado de mi cama cae sobre ella partiendo la cama a la mitad… ¡uffff! No me tocaba. Nunca nos imaginamos qué es lo que había pasado, nos quedamos todo el día sin luz”, posteó Maru Hernández en nuestra cuenta de Facebook.

“La naturaleza manda”

Andrés Jiménez nos comparte a través de Facebook sus impresiones, a 29 años de la catástrofe.

“Fue inesperado y de consecuencias brutales. Demostró la estupidez del gobierno, que sigue igual, y la solidaridad de un pueblo que sufrió el crudo recuerdo de que la naturaleza manda”, escribió.

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