Sin embargo
Casi todos los indicadores independientes que miden temas de transparencia, de corrupción, de rendición de cuentas e incluso de desarrollo económico dicen, de alguna u otra manera, que los gobernadores en México hacen básicamente lo que quieren, sin vigilancia federal, sin órganos libres que los auditen. Hablan siempre de Virreyes con poder sobre almas y haciendas (y sobre todo de dinero) que endeudan, que ocultan cifras, que reparten poder y riqueza a sus familias y a los amigos, y dejan hacer lo mismo a sus cómplices, los que no fueron electos por voto popular y que ocupan direcciones generales y secretarías, según sea el caso.
De qué tamaño estarán las cosas con Javier Duarte de Ochoa para que en esa constelación de 32 individuos brille como un sol y no lejano sino aquí, cerquita.
Poco después del triunfo de Enrique Peña Nieto, Duarte de Ochoa habló de una conversación que tuvo con su jefe de partido y casi Presidente de la Nación, en la que el ahora mandatario federal le dijo, palabras más y palabras menos, que pronto, allá por el 2016, juntos compartirían las tareas de conducción de la República. Que voy para allá, dijo en conversación con reporteros. Seguramente habrá ordenado a la prensa local, que aplasta con el talón cada vez que puede, que borre aquellas sus declaraciones; por fortuna existe Google. Por ahí deben de andar.
Ayer se presentó uno de los episodios más reveladores, peligrosos e incluso lastimosos del largo capítulo Duarte. Un pobre hombre, asustado como ratón a pesar de llevar la Subprocuraduría (lo que no sabrá), reveló a la prensa por la mañana y cerca del mediodía que había sido cesado por informar que un grupo de ciudadanos de este país, más de 40, era rescatado en pedazos, podrido, en un rancho en Tres Valles donde se habrán vivido horrores inenarrables de impunidad, violencia, sangre. Y dio a entender que mejor ya no daba una declaración más porque si no, lo iban a expulsar del estado. No aclaró si quienes pueden dar esa orden son los que lo gobiernan formalmente o los que dirigen, en extensos territorios (Tres Valles lo demuestra), desde la penumbra. Cualquiera de los dos, qué miedo. Mejor que ponga los pies en polvorosa.
Poco que no se haya dicho de Duarte de Ochoa. Ahí están los indicadores, aunque en la página 72 de los impresos sobre él. Pero todos los datos que se dan, opacan la razón por la cual no ha habido una reconsideración no a la invitación de traérselo al Distrito Federal, sino a mantenerlo al frente de Veracruz.
Fausto Vallejo Figueroa era un fantasma gris y triste cuando asumió el gobierno de Michoacán. Los políticos locales, los medios nacionales y la evidencia indicaban que no podía gobernar ni a sus propios hijos. Y por ahí andan las fotos, y seguramente “La Tuta” pronto liberará el video completo. Porque hubo una decisión determinante de mantenerlo ahí, después tuvieron que dar explicaciones.
Duarte de Ochoa es el otro Fausto Vallejo. Si no, hay que esperar poco, no tanto. A ver quién paga por la necedad en el DF, porque en Veracruz la pagan a diario.