Un peculiar aniversario del nacimiento del compositor alemán da lugar a una exhaustiva e inteligente compilación discográfica de todas sus obras conocidas
Por: Luis Gago/El País
Nacer o morir en un año redondo pone mucho más fáciles las efemérides. Johann Sebastian Bach murió en 1750, una fecha elegida luego simbólicamente como el mojón final de la música barroca. Y desde exactamente un siglo después, cuando se constituyó en Leipzig la Sociedad Bach con el único propósito de publicar, por fin, todas las obras identificadas y en su mayoría inéditas de un compositor por entonces prácticamente olvidado, cada 50 años su nombre ha sido resucitado o recordado de alguna manera. Bach había nacido en Eisenach en 1685, por lo que en 2018 estamos conmemorando su 333º aniversario, una cifra peculiar y no menos rotunda que el arranque o el ecuador de un nuevo siglo y que ha servido para bautizar una de las iniciativas más extraordinarias de la historia de la discografía.
Un empeño así cuenta con precedentes, por supuesto, como aquellas dos primeras Ediciones Bach en vinilo en el sello Archiv (aún muy incompletas) o, años después, ya en la época del disco compacto, la imponente Bach 2000 auspiciada por Teldec, que vio la luz en otro de esos años redondos en los que el nombre de Bach acapara cada medio siglo durante unos meses todos los focos. Pero esta Bach 333 que publican ahora Deutsche Grammophon y Decca supera a todo lo anterior en ambición, en concepto, en calidad y variedad interpretativa y casi en cualesquiera parámetros que utilicemos. Concebida desde premisas estéticas similares a las de Mozart 225, otra megacolección en torno a un solo compositor editada hace dos años por los mismos sellos, aun esta queda asimismo por debajo en la comparación: la caja cuadrada de entonces ha necesitado expandirse para adoptar una forma rectangular y los 222 discos se disponen ahora en una suerte de tejado a dos aguas, complementados en el eje central por dos libros primorosamente editados (en torno a la vida y la música del compositor, con muy autorizadas firmas entre sus autores) y un DVD que contiene el documental Bach: una vida apasionada, realizado en 2013 para la BBC por John Eliot Gardiner, autor de una minuciosa biografía del músico publicada en España por Acantilado.
Bach 333 ha huido, al contrario que otras monografías similares, de ceñirse en exclusiva a los artistas de los sellos que la auspician y ha dejado también la puerta abierta a muchísimos otros. Las cifras apabullan: más de 750 intérpretes, grabaciones publicadas originalmente por 32 firmas discográficas diferentes, 280 horas de música y 7 primeras grabaciones (lo que, tratándose de Bach, que ha pasado del cuasiolvido a observarnos a todos desde una cima inalcanzable para cualquier otro ser humano, es una cifra más que respetable). La exhaustividad, que solía ser el valor predominante en este tipo de producto, se ve enriquecida asimismo por la curiosidad, por el afán de indagar más allá del catálogo de Bach, por mostrar cómo ha ido evolucionando su interpretación antes y después de la revolución historicista, y cómo ha influido en otros creadores en el bloque denominado “Bach interactivo”, una exploración no solo de la música de sus coetáneos, sino también de la que hicieron sus propios hijos y de la sombra cada vez más alargada que iría proyectando, década tras década, siglo tras siglo, el legado de Bach: de Mozart a Hindemith, de Schumann a Berio, de Busoni a Pärt, de Liszt a Kurtág, de Grappelli a The Modern Jazz Quartet, de Bartók a Oscar Peterson. Es como si en las cuatro letras de su apellido quedara compendiado todo el alfabeto, todo el pasado, todo el futuro.
Según Paul Hindemith, el músico de Eisenach logró “trascender lo material y penetrar en el pensamiento puro”
El grueso de la interpretación de las cantatas sacras recae en manos de John Eliot Gardiner, actual presidente del Archivo Bach de Leipzig (una institución que avala el proyecto), pero junto al suyo aparecen también los nombres de Masaaki Suzuki, Philippe Herreweghe, Sigiswald Kuijken, Ton Koopman, Paul McCreesh, Christophe Coin o Joshua Rifkin, otros bachianos de largo recorrido que promueven aproximaciones muy diferentes, lo que enriquece, y mucho, la perspectiva del oyente. Hasta hacen presencia puntual y simbólica, con dos cantatas cada uno, Gustav Leonhardt y Nikolaus Harnoncourt, responsables de la histórica primera integral discográfica de estas obras. Sin ellos no puede concebirse lo que otros harían después.
Hay dos grabaciones de la Misa en si menor (sin coro, dirigida por Lars Ulrik Mortensen, y la clásica con coro de Frans Brüggen) y otro tanto sucede con las dos Pasiones (Gardiner y Suzuki en la de San Juan, y Gardiner y McCreesh, de nuevo sin coro, en la de San Mateo) y el Oratorio de Navidad (Gardiner y Chailly), aunque pueden oírse también números sueltos de la histórica interpretación prebélica de Willem Mengelberg en 1939. Dominan las versiones con criterios historicistas, pero sin maximalismos, porque, como apéndice, en el apartado ‘Tradicionales vocales’, nombres como los de Karl Ristenpart, Neville Marriner, Karl Münchinger o Karl Richter (este último profusa y justamente representado, incluido su primer registro completo de la Pasión según San Mateo) garantizan que esta historia comprimida de la interpretación bachiana en el siglo XX no sea sesgada o quede incompleta. Y otro tanto puede decirse del apartado instrumental, en el que conviven el clave (Gustav Leonhardt, Trevor Pinnock, Kenneth Gilbert, Christophe Rousset) y el piano (András Schiff, Keith Jarrett, Alfred Brendel, Murray Perahia, Maurizio Pollini), los instrumentos de cuerda barrocos (Giuliano Carmignola, Reinhard Goebel, David Watkin) y modernos (Nathan Milstein, Arthur Grumiaux, Pierre Fournier), laúdes y guitarras, Musica Antiqua Köln y la Orquesta de Cámara de Europa, amén de un desfile de órganos históricos tocados por muchos de sus mejores intérpretes, con primacía en este apartado de Helmut Walcha, Ton Koopman, Simon Preston y Peter Hurford.
En la conferencia que impartió Paul Hindemith en Hamburgo en 1950 con motivo del segundo centenario de la muerte de Bach, explicó poéticamente cómo Bach consiguió llegar a un lugar donde ya no era posible ascender más, porque había alcanzado “toda la perfección humanamente posible”, situándose ante la cortina, “como se lee en el antiguo poema persa, que ya nunca nadie descorrerá”. De ahí habría surgido lo que él percibía como una veta de melancolía en sus últimas obras, en las que logró “trascender lo material y penetrar en el pensamiento puro”. Quien se sumerja, sin salvavidas, en este mar de música que invita a un dulce naufragio y cuya escucha nos pone Bach 333 más fácil que nunca, comprobará cuán cierta fue la genial intuición de Hindemith.
Solo hay una cosa que no ha podido hallar acomodo en este soberbio artefacto cultural que es Bach 333: la música que sabemos que Bach compuso, pero que no ha llegado hasta nosotros. Las posibilidades de que resurja alguna de las cantatas, de las pasiones, de los conciertos, de las piezas instrumentales de enjundia perdidas y devoradas por el ruido y la furia son mínimas, casi nulas, pero quién sabe si, en el futuro, Bach 350, Bach 500 o Bach 1000 podrán ofrecer alguna de estas obras en primicia. Porque si algo deja claro Bach 333, una fuente de placer virtualmente inextinguible, es que la música del compositor alemán, en mayor medida que la de cualquiera de sus colegas, aun los más grandes, es eterna y nos sobrevivirá a todos y a todo.