“Xantolo” celebración del Día de muertos en la Huasteca Veracruzana

Para los antiguos la muerte era una continuación de la vida, un suceso glorioso y un motivo de celebración, no de tristeza 

 

 

Las culturas que los europeos encontraron en el Nuevo Mundo tenían un profundo sentimiento religioso. Muchas y muy variadas deidades regulaban la vida diaria: el nacimiento, el amor y la muerte; la guerra, la agricultura, la literatura, la educación y las artes. Todo era motivo para venerar a la naturaleza.

 

La divinidad, en sus múltiples aspectos, era la dueña del alma representada por el corazón; alma que sólo permanecería un breve tiempo en la tierra. La muerte era una continuación de la vida, un suceso glorioso y un motivo de celebración, no de tristeza, pues marcaba el principio de un largo viaje a las regiones de los muertos, para finalmente llegar al encuentro predestinado con los dioses.

 

Entre los dioses relacionados con la muerte el más importante era Mictlantecuhtli, Señor del Mundo del “más allá”, encargado del destino del alma de los hombres, el cual no correspondía al comportamiento del difunto en vida, sino al tipo de muerte que le hubiera tocado.

 

Los hombres tenían tres destinos posibles: los guerreros ocupaban la primera región y al pasar cuatro años se transformaban en aves de rico plumaje para acompañar al sol en su camino por los cielos. La mujer que moría dando a luz, era considerada una guerrera muerta en el campo de batalla. La segunda región era el Tlalolcan, en los terrenos de Tláloc, dios de la lluvia; un lugar similar al paraíso, adonde iban todos los que tenían una muerte relacionada con el agua; los ahogados o los muertos por un rayo.

 

 

La tercera región era Mictlán lugar al que llegaban los que morían de muerte natural. El camino era sinuoso y largo, por eso era necesario enterrar a un perro guía en la misma sepultura, para que pudiera acompañar al alma del muerto en su recorrido.

 

Los antiguos mexicanos tenían la costumbre de invitar a sus muertos a cenar en el mes de Agosto, temporada de cosecha del maíz. En las reuniones que la gente organizaba en los panteones, todo el pueblo participaba adornando tumbas, alumbrándolas con velas para que el muerto reconociera el camino hasta el altar, que también se demarcaba con pétalos de cempasúchil; preparaban grandes mesas con platillos tradicionales, según la región y con todo aquello que pudiera agradar o servir al espíritu visitante.

 

Con la presencia de los evangelizadores españoles, se prohibió que los indígenas montaran sus altares y ofrendas de muertos en los panteones y en plazas públicas, pero la tradición no se perdió, más bien se fundió con la tradición católica de venerar, el primer día de Noviembre a “Todos los Santos”. Así, en México, el día de muertos se celebra el 2 de Noviembre en todos los pueblos y ciudades del país.

 

Cada región tiene sus propias características en esta celebración, pero todas conservan el mismo espíritu, recordar a los muertos e invitarlos a compartir con los vivos. Entre algunas comunidades indígenas, las festividades de muertos duran más de un día, como son los casos de los nahuas y los Huastecos de Veracruz.

 

 

Xantolo, la tradición en la Huasteca

 


La aparición de mariposas blancas en la Sierra Veracruzana, señala el tiempo propicio para montar las ofrendas. En la Huasteca, el Xantolo o culto a los muertos, como se le conoce en la región, y la llorada del hueso son fiestas que se complementa con música y alimentos diversos. Las mujeres hilan flores de cempasúchil y mano de león para colgarlas junto al papel picado; preparan la comida para servirla en ollitas de barro recién cocidas, cubren el techo con frutas tropicales y prenden velas y copal. Los muertos deben encontrar el camino y para ello, se les guía desde el panteón hasta la casa de cada uno, con pétalos de flor de muerto.

 

Reciben primero a los pequeños, a los angelitos, y les dan sólo tamales de ajonjolí y dulces, mientras les cantan las mañanitas: “…hoy por ser día de los muertos te las cantamos así…” Después, llegan los mayores. A ellos les preparan zacahuil, chocolate con agua, sotol o pulque.

 

Durante la fiesta se baila la Danza de los coles o disfrazados, que ridiculiza a los amos y poderosos del lugar, encadenados por un diablo que los somete. Los danzantes cubren sus rostros con una máscara de trapo, para que la muerte no los reconozca.

 

El 29 de octubre se empiezan a matar puercos. Los guajolotes se amarran.

 

El 30 de octubre se comienza el montaje de los altares para los niños. Por la mañana se corta el tepejilote para adornar el altar y el arco afuera de la casa, hecho de flores de cempasúchil. Se preparan tamales de puerco, gallina y pavo. Además, se pone pan, camote, y frutas. El hombre de la casa es el que coloca las tablas para colocar el altar.

 

El 31 de octubre se prepara el altar para los adultos. No se puede permitir que los niños estén frente al altar porque los pueden tentar los muertos, como tampoco pueden regañarlos ese día porque se los llevan los muertos.

 

El 1 de noviembre se montan ofrendas para los padrinos. Los niños llevan mole, tamales y frutas a casa de sus padrinos. La madrina le dice “que no lo hubiera traído” y el niño le responde “mi madre se lo manda y por eso yo vengo”. Le dan café y pan al niño, vacían los trastes y le pueden dar algo de lo que ellos prepararon “para que mi comadre también lo pruebe”. (www.uv.mx)

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