Por Carlos Loret de Mola
Cuando el avión privado de Elba Esther Gordillo despegó de San Diego la tarde de antier, elementos encubiertos del gobierno mexicano que estaban en la terminal aérea de esa ciudad en colaboración con autoridades estadounidenses, dieron el pitazo: “Ya se cerró la puerta del avión y ella va adentro”.
Con esa señal, dos aeronaves de la Marina, con elementos de esta dependencia y un ministerio público federal que comandaba las acciones en cada avión, despegaron del aeropuerto de Tijuana. Un equipo tenía la misión de adelantársele a Guadalajara y otro a Toluca, pues la PGR no tenía certeza sobre dónde aterrizaría.
A miles de pies de altura, un piloto de la Marina detectó que el plan de vuelo de “La Maestra” apuntaba al Estado de México. Notificó y se giró la orden de que el avión que apuntaba a Jalisco reorientara su derrotero.
A eso de las seis de la tarde, el primer avión de la Marina aterrizó en Toluca y se quedó en las pistas de rodaje esperando a su objetivo: cinco minutos después bajó el de Elba Esther. Como si se tratara de una persecución callejera, la nave oficial cerró el paso a la de Gordillo porque temían que al notar la presencia policiaca huyeran con un despegue intempestivo.
Cuando se detuvo el avión privado de Elba Esther Gordillo, descendieron del aeroplano gubernamental los agentes federales e irrumpieron en la cabina de pasajeros de la dirigente magisterial: “Tenemos una orden de aprehensión contra usted, le pedimos que se baje y nos acompañe”, le dijo con firmeza y buen volumen el funcionario de la PGR, uno de los de mayor confianza de sus superiores, a quien habían encargado la misión de arrestar a la mujer más poderosa de México.
“Yo no voy a hablar con usted si me habla en ese tono. Usted y yo no somos iguales. Yo sí fui a la escuela”, contestó Gordillo Morales encarando a las autoridades, en su habitual tono desafiante, quizá sin saber que el funcionario en cuestión actualmente cursa una maestría (grado académico mayor al que obtuvo en su vida la sindicalista).
“Haga lo que quiera, pero nosotros la vamos a llevar. Usted diga si es por las buenas o cómo le hacemos”, reviró el agente federal. “No voy a oponer resistencia”, aceptó Gordillo mientras se levantaba de su cómodo asiento.
Viajó vestida con pants y sudadera azules, pelo suelto y mínimo maquillaje, acompañada de dos personas que se identificaron como doctora y masajista. Los elementos de la Marina la subieron a una de sus camionetas, misma que la llevó al avión oficial que la trasladó al hangar de la PGR en el aeropuerto del Distrito Federal. Cuando estaba abordando la nave que era su primer arresto, Elba Esther Gordillo amenazó: “Ustedes no saben la que les voy a armar”, y se quedó mirando a sus captores.
Al llegar al DF, encerrada en una sala de juntas del hangar de la PGR, pidió un doctor y le permitieron un telefonema. Una ambulancia resguardada por un operativo policiaco la movió a toda velocidad al penal de Santa Martha Acatitla. En el camino, en cada tope que pasaba casi sin detenerse, un quejido se escuchaba desde la camilla.
El Universal