Por Isabel Arvide/Blog Estado Mayor
México, 4 de febrero.- Cuando este fin de semana Miguel Ángel Yunes Linares protestó como candidato al Gobierno de Veracruz, quedó establecida una vez más su extrema necedad política y, sobre todo, su capacidad de reinventarse. Independientemente de las siglas partidistas que lo acompañan, lo difícil será arrebatarle el triunfo.
Su competencia real es una botarga vestida de corrupción y decadencia que ha llevado a la entidad al caos, la violencia y la peor quiebra. Duarte ha sido acusado de todas las incompetencias y no importa cuántas atrocidades, omisiones y robos se le adjudiquen, siempre faltarán las de esta semana.
Contra este adefesio de gobernador compite Yunes, no contra su primo que no es sino víctima de los designios de su partido.
Pocos priístas podrán igualar el daño que Javier Duarte ha causado al PRI. Por eso Miguel A. Yunes enarbola un movimiento de indignación y hartura inmenso.
Esto, obvio, ayudará a que gane la elección. No obstante, habrá que conceder que Yunes se merece ser gobernador por su capacidad de compromiso con Veracruz, por su permanente apego al terruño sin importar qué posiciones federales ha ocupado o podría tener.
En la Cámara de Diputados el ahora candidato presentó la única iniciativa de Ley coherente inteligente sobre seguridad. Y es de esperar que al poner en práctica sus ideas en Veracruz logre devolver la seguridad a un sociedad agraviada. El todavía gobernador consiguió, lo que no es hazaña fácil, inmovilizar a una policía profesional y equipada en la mayor modernidad. Bastó con robarse el dinero de la gasolina, con no permitir que fuesen dados de baja los policías corruptos por temas presupuestales.
Javier Duarte ha sabido destruirse a sí mismo con una capacidad inserta en la picaresca política. No hay discurso o declaración suyas que no conlleven un agravio a la sociedad. Pocos gobernantes merecen mayor rechazo, agregando el tema de los asesinatos de periodistas y las desapariciones, la impunidad criminal sostenida durante su sexenio.
Miguel Ángel Yunes comenzó su carrera política hace más de 40 años, cuando mi entrañable Rafael Hernández Ochoa era gobernador. Desde el día en que lo conocí, último informe de su Gobierno, creo que era diputado local, ha demostrado una congruencia existencial envidiable. Por eso cuando el PRI dejó de tener espacio para su libertad política, para aquella manera de entender el poder con lealtad y compromiso, se fue a otro partido.
Yunes no solamente conoce Veracruz, sino que ha sido factor decisivo de su gobierno, entiende desde el poder qué debe hacerse y cómo.
Con tanto talento podría haberse dedicado a la iniciativa privada. Su vocación política, heredada a sus hijos, uno de ellos en primera línea de la decisión de su ahora partido político para la candidatura al Gobierno del Estado, está a prueba de sexenios y enemigos poderosos.
Cuando fustigó cotidianamente a Fidel Herrera no se equivocó, lo peor que hizo por Veracruz ha sido imponer a Javier Duarte. Y seguramente, el exgobernador también está en la lista de pendientes de Yunes. Cárcel piden millones de ciudadanos para estos dos tipejos de la política, cárcel tendrán con toda la justificación legal pertinente. No olvidemos que Yunes, además, sabe de leyes.
En lo personal Miguel Ángel es alérgico a los ladrillos de poder, es confiable, cálido, auténtico. Su proceso de reinvención personal, sus ganas de meterse a una contienda electoral reñida y agotadora son, en verdad, excepcionales y dignos de la mayor invención.
De los muchos recuerdos, presentes, que guardó de estas cuatro décadas de amistad, más que muchos matrimonios, me quedó con aquella de Miguel Ángel haciendo campaña a caballo, puebleando entre el polvo, hace muchos años. Esa determinación sin límite sigue idéntica.
Yunes ha querido ser gobernador por muchos años. Éste es, como nunca antes, su tiempo. Se lo merece, pero sobre todo se lo merece Veracruz