Por Marcos González Díaz Corresponsal de BBC News Mundo en México
«Se proscribe la esclavitud y distinción de castas para siempre y todos queden iguales».
El líder de los insurgentes José María Morelos y Pavón proclamó con esta frase en 1813 la abolición de la esclavitud en México, en pleno transcurso de su guerra con España.
Sin embargo, el reciente descubrimiento de un barco que naufragó frente a sus costas en 1861 ha venido a demostrar que la trata de esclavos siguió existiendo en territorio mexicano, incluso décadas después de haber logrado su independencia.
El hallazgo tiene gran valor histórico por ser el primer barco que se identifica que fue usado para el comercio de personas mayas desde México. Estas eran trasladadas a Cuba, bajo dominio español en aquella época.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), responsable del descubrimiento, aseguró que el naufragio habla de «un pasado ominoso para México» y, sin duda, desconocido para una gran mayoría: que la esclavitud continuó sin obedecer ley alguna.
«Es un capítulo de la historia que se quiere… pues no olvidar, pero sí que se ha investigado poco, que no está en el imaginario nacional y que llama mucho la atención en el México independiente», reconoce Helena Barba, responsable de Arqueología Subacuática del INAH en la península de Yucatán.
De México a Cuba
Los restos de la embarcación se encontraron en 2017 a menos de cuatro kilómetros de la costa de Sisal, en el estado de Yucatán.
Tras años de investigación, no fue hasta hace unas semanas que se dio a conocer que se trababa del vapor La Unión, propiedad de una empresa española establecida en La Habana llamada Zangroniz Hermanos y Compañía.
Desde 1855, realizaba una ruta entre la isla y varias ciudades de la costa este de México. A bordo viajaban pasajeros de diferentes clases y también se llevaban mercancías como fibras de henequén o pieles de venado.
Fue en estos años que tuvo lugar el episodio conocido como Guerra de Castas de Yucatán (1847-1901), en la que las poblaciones nativas se enfrentaron a los abusos de las élites criollas por acaparar las tierras de cultivo y el cobro excesivo de impuestos.
Fue en este contexto en el que se dio el envío de mayas desde México hasta Cuba -donde había escasez de mano de obra para la plantación de azúcar-, quienes eran trasladados de manera ilegal en espacios insalubres de las bodegas de La Unión.
«A estas personas -a los que llamaban ‘indios bravos’- las sacaban de México tras ser capturadas en combate con el fin de erradicar a los líderes mayas. A otras, en cambio, las convencían con falsas promesas de una mejor vida en Cuba tras haber perdido sus tierras por la guerra», afirma Barba.
En esta práctica «iban de la mano y en acuerdo gobernadores locales yucatecos, autoridades españolas y la empresa dueña del barco», le dice a BBC Mundo.
Hombres, mujeres e incluso niños eran vendidos por 25 pesos. Después eran revendidos por entre 120 y 160 pesos en La Habana, donde los mayas comprendían el engaño y cuál sería su destino en la isla.
El naufragio
Sin embargo, una inspección de las autoridades mexicanas al barco frente a la costa de Campeche en 1860 dejó al descubierto el traslado de esclavos.
Tras conocer lo ocurrido, el presidente Benito Juárez emitió un decreto en mayo de 1861 para impedir la extracción forzada de cualquier individuo maya.
Pero no sirvió de mucho. Cuando el barco naufragó cuatro meses después a causa de un incendio causado por una explosión en la caldera tras zarpar del puerto de Sisal, se comprobó que aún llevaban esclavos rumbo a Cuba.
La mitad de los 80 tripulantes y 60 pasajeros murieron en aquel naufragio. En esas cifras no se contabiliza a los esclavos mayas, dado que no eran considerados personas sino mercancías.
Los investigadores calculan que a bordo de La Unión y de otro vapor de la misma empresa se fletaron mensualmente desde 1855 un promedio de entre 25 y 30 mayas a Cuba, muchos de los cuales nunca pudieron regresar a su tierra.
Su presencia y legado quedó patente en el barrio de Campeche en La Habana (ahora San Isidro), donde por generaciones vivieron muchos de los esclavos mayas y sus descendientes.
Las piezas de un rompecabezas
Pero el proceso de búsqueda de La Unión resulta tan apasionante como su propia historia.
Desde hace 18 años, arqueólogos del INAH trabajan para localizar todos los tesoros sumergidos en los alrededores de la península de Yucatán. Hasta ahora, su trabajo se ha traducido en la identificación de 395 naufragios.
En esto resulta clave el apoyo de las comunidades locales de pescadores, que en base a los testimonios transmitidos por sus abuelos o bisabuelos, consiguen aportar información fundamental a los investigadores sobre barcos hundidos hace décadas en la zona.
«Vamos pueblo por pueblo en un peregrinar que nos ha ayudado a identificar todos estos pecios, uniendo estas historias y leyendas como fuente primaria de información», cuenta Barba.
En el caso de La Unión, fue el pescador Juan Diego Esquivel quien alertó a los arqueólogos de la ubicación de un barco hundido que él había llamado «Adalio» en homenaje a su abuelo.
Los restos del naufragio que Barba y su equipo encontraron buceando en 2017, en bastante buen estado por la presencia de coral y por su hundimiento bajo la arena, despejaron poco a poco sus dudas.
La madera del fondo del barco con indicios de incendio se conservó hasta hoy, al igual que los fragmentos de la caldera explotada o las ruedas de paleta propias de los barcos de vapor.
«Incluso en un pozo bien pequeñito, a 50 cm. de profundidad, encontramos la cubertería de latón de los pasajeros de primera clase», relata Barba con emoción.
Estos hallazgos, junto a una minuciosa investigación en archivos de México, Cuba y España, permitió confirmar que «Adalio» era, realmente, La Unión.
Según Barba, «fueron como varias piezas de un rompecabezas que fuimos siguiendo a manera de detective arqueológico subacuático, para definir si era el barco que buscábamos. Fue muy interesante ir uniendo esos eslabones para dar a conocer esta historia a nivel mundial».
A la búsqueda de descendientes mayas
En efecto, escuchar la pasión con la que Barba relata los hallazgos de la investigación es como estar escuchando el argumento de una auténtica novela de aventuras.
«Cada descubrimiento se vive como si fuera el primero. Cuando estoy en el agua, ya me estoy imaginando la película completa y eso me causa emoción. Soy muy feliz de poder contar alguna de estas historias. Es fascinante».
Los planes de futuro sobre el proyecto de La Unión son varios.
Por un lado, Barba quiere aprovechar su buen estado de conservación, su cercanía a la costa y que esté a solo siete metros de profundidad para habilitarlo para buceo y visita pública.
«Siempre he pugnado por darle accesibilidad y visibilidad a un patrimonio que solo unos pocos privilegiados podemos ver. Me gustaría llevar a toda la gente que quiera ir a bucear o en una lancha con suelo de cristal, que lo conozca», asegura.
Pero, pese al hallazgo e identificación de La Unión, la arqueóloga subacuática cree que en la historia hay mucho más por investigar.
«Creo que valdría la pena buscar a los descendientes de aquellos indígenas en Cuba y aquí en Yucatán. Ver si regresaron, quiénes se quedaron allí… Escuchar esa parte de la historia que a muchos les contarían sus bisabuelos sería muy interesante», concluye.