A veinte siglos de distancia, los creyentes de estos tiempos, sabemos que Jesús, después de morir en la cruz alcanzó la gloria de la resurrección. Precisamente, por esa razón, en esta Eucaristía estamos celebrando hoy su Pasión, Muerte y Resurrección; y lo hacemos, tal vez, como la cosa más natural.
Pero entonces no era tan simple. Y el evangelio de hoy nos muestra que Pedro imaginaba que, si Jesús moría, eso significaba que Dios no estaba con él, y que todo sería un fracaso. Siempre será difícil entender los caminos de Dios.
Por eso Pedro trata de reprender a Jesús. Él amaba tanto al maestro que no quería oír hablar de sufrimientos y muerte para él. Y si bien en apariencia los sentimientos de Pedro eran buenos, sin saberlo y sin quererlo, Pedro estaba haciendo el papel de “tentador”; en realidad no entendía los caminos de Dios y estaba actuando por miedo.
Pedro estaba pidiendo a Jesús que no cumpliera la Voluntad del Padre. Y por eso Jesús lo trata duramente, llamándolo Satanás y tentador. A pesar de que Pedro, como se leyó en el evangelio de domingo pasado, reconoció a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, todavía no comprendía que el camino de la Gloria, debía llegar a través de la Cruz.
Y el Señor, después de tratarlo tan duramente le vuelve a indicar el camino para seguirlo. Les repite, a él y sus compañeros, y a todos nosotros: “el que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. (Mt 16, 24).
Nosotros buscamos afianzarnos como discípulos de Cristo, lo que puede significar dificultades burlas y tal vez hasta persecuciones. Somos discípulos de un hombre que murió en la Cruz. Y nuestra vida de bautizados nos pide compartir el camino de Jesús, que es el camino de la cruz… para llegar por este camina a la gloria de la vida eterna.
La fe cristiana no es un seguro contra las dificultades ni los sufrimientos de la vida humana. Los cristianos no vamos tras triunfos o beneficios personales, sino que tenemos objetivos mucho más profundos. Si de verdad somos discípulos de Cristo, hemos de confiar totalmente en Dios, renunciando a vivir sólo para nosotros mismos, y tratando de vivir con generosidad y valentía.
Por otra parte, la cruz y las dificultades aparecen de diferentes maneras en nuestra vida. Y es mucho más difícil afrontarlas cuando no tenemos fe, cuando no las podemos asumir como consecuencia de un proyecto, de una vocación que da sentido y orientación a nuestra vida, sino como consecuencia natural de la debilidad humana, o como efecto de una vida sin rumbo y sin orden.
En su Palabra Jesús nos ofrece una realidad diferente a la mentalidad materialista y aburguesada del mundo, donde los valores son el dinero y el placer, ignorando el dolor y las dificultades, que además de ser reales, tienen un sentido, si las interpretamos y las vivimos a partir de la fe.
+ Juan Navarro Castellanos
Obispo de Tuxpan
Tomar la Cruz y seguir al Señor
En este domingo 22 del tiempo ordinario, la palabra del evangelio nos habla de las condiciones que Jesús pide a los que quieran seguirlo y ser sus discípulos. Después de la confesión de Pedro, donde afirmó que Jesús era el Mesías y el Hijo de Dios, el evangelista añade que Pedro tuvo dificultades para aceptar que Jesús tenía que pasar por la pasión. Jesús advierte a todos, que para seguirlo es necesario saber renunciar y abrazar la cruz.
La vocación de Jeremías
En el profeta Jeremías leemos: “¡Tú me has seducido Señor, y yo me dejé seducir! ¡Tú eres más fuerte que yo y me venciste! Soy motivo de risa para todos, día a día se burlan de mi”. Al igual que los demás profetas, Jeremías no fue profeta porque él se lo propusiera. Fue Dios quien lo llamó y le señaló ese camino, arduo y difícil, un camino importante y significativo. Dios lo condujo y lo destinó a ir contra la corriente. Y el resultado fue el rechazo.
Esto pasa, de alguna manera, con cada uno de nosotros; el Señor nos elige y nos va señalando nuestro camino, él nos confía una misión, y en el cumplimiento de ella tenemos que decir y hacer lo que el Señor nos pide, lo que él pone en nuestra boca. Y como en Jeremías, muchas veces seremos incomprendidos y hasta despreciados por los que nos rodean.
Confusión de Pedro
A veinte siglos de distancia, los creyentes de estos tiempos, sabemos que Jesús, después de morir en la cruz alcanzó la gloria de la resurrección. Precisamente, por esa razón, en esta Eucaristía estamos celebrando hoy su Pasión, Muerte y Resurrección; y lo hacemos, tal vez, como la cosa más natural. Pero entonces no era algo tan simple. Y el evangelio de hoy nos muestra que Pedro imaginaba que si Jesús moría, eso significaba que Dios no estaba con él, y que todo sería un fracaso. Siempre será difícil entender los caminos de Dios.
Por eso Pedro trata de reprender a Jesús. Él amaba tanto a Jesús que no quería ni oír hablar de sufrimientos y muerte para él. Y si bien en apariencia los sentimientos de Pedro eran buenos, sin saberlo y sin quererlo, Pedro estaba haciendo el papel de “tentador”. En realidad, no entendía los caminos de Dios y estaba actuando más bien por miedo.
Pedro estaba pidiendo a Jesús que no cumpliera la Voluntad del Padre. Y por eso Jesús lo trata duramente, llamándolo Satanás y tentador. A pesar de que Pedro, como se leyó en el evangelio de domingo pasado, reconoció a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, todavía no comprendía que el camino de la Gloria, debía llegar a través de la Cruz. Y el Señor, después de tratarlo tan duramente le vuelve a indicar el camino para seguirlo. Les repite, a él y sus compañeros, y a todos nosotros: “el que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. (Mt 16, 24).
Seguir a Jesús como fieles discípulos
Nosotros buscamos afianzarnos como discípulos de Cristo, lo que puede significar dificultades burlas y tal vez hasta persecuciones. Somos discípulos de un hombre que murió en la Cruz. Y nuestra vida de bautizados nos pide compartir el camino de Jesús, que es el camino de la cruz… para llegar por este camina a la gloria de la vida eterna. La fe cristiana no es un seguro contra las dificultades ni los sufrimientos de la vida humana. Los cristianos no vamos tras triunfos o beneficios personales, sino que tenemos objetivos mucho más profundos. Si de verdad somos discípulos de Cristo, hemos de confiar totalmente en Dios, renunciando a vivir sólo para nosotros mismos, y tratando de vivir con generosidad y valentía.
Por otra parte, la cruz y las dificultades aparecen de diferentes maneras en nuestra vida. Y es mucho más difícil afrontarlas cuando no tenemos fe, cuando no las podemos asumir como consecuencia de un proyecto, de una vocación que da sentido y orientación a nuestra vida, sino como consecuencia natural de la debilidad humana, o como efecto de una vida sin rumbo y sin orden.
La enseñanza de San Pablo
En la Segunda Lectura (Rom. 1 2, 1-2), San Pablo nos invita precisamente a que nos ofrezcamos como “ofrenda viva, santa y agradable a Dios”. Y todavía más: Pablo nos dice que en esa ofrenda de nosotros mismos a Dios se encuentra el verdadero culto. El culto no consiste tanto en pedir a Dios, agradecer, o alabar a Dios… aunque es cierto que con todo esto le rendimos culto. El culto consiste en ofrendar nuestro ser, nuestra vida a Dios, todo lo que somos y tenemos. Así seremos santos y agradables a él, como señala el apóstol.
¡Claro! asumir esta postura y esta convicción ante el sufrimiento y las dificultades no es cosa fácil, ni es lo natural. Para ello hay que hacer lo que nos dice San Pablo: “adquirir una nueva manera de pensar. “No se dejen transformar por los criterios de este mundo”. Y esto significa remar contra la corriente, porque la corriente del mundo va en sentido contrario.
Sigamos a Jesús hasta la cruz
Si nos dejamos llevar por la corriente del mundo, corremos el riesgo de ser corregidos como Pedro en el Evangelio de hoy: “Aléjate, Satanás, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres”. ¡Qué difícil es comprender y aceptar así el misterio del sufrimiento humano!, especialmente cuando la publicidad y la sociedad consumista nos están diciendo todo el tiempo que no hay sufrimiento, que este no es parte de la realidad humana, que todo es dicha y felicidad en la vida. Pero eso no es lo que Cristo nos dice con su Palabra y con el ejemplo de su vida toda.
Efectivamente, en este pasaje evangélico de hoy Cristo anuncia su propia Pasión y Muerte. Pero no se detiene allí, sino que enseguida de criticar a Pedro por su visión tan pobre de la vida, hace un anuncio aún más impresionante: no sólo va a tener que sufrir él, pues éste es el Plan de Dios, sino también nosotros. Si queremos seguirlo a él, deberemos también sufrir con él: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 24-25).
Por la cruz a la resurrección
Sin embargo, lo que Jesús nos da a conocer en su Palabra no es una visión catastrófica; más bien es una visión realista, aunque contraria a la visión y la mentalidad del mundo, sobre todo en este tiempo dominado por una mentalidad materialista y aburguesada, donde los valores principales son el dinero y el placer, ignorando el dolor y las dificultades, que además de ser reales, tienen un sentido, si las interpretamos y las vivimos a partir de la fe.
Sin embargo, la postura y las actitudes de la cultura actual nos dejan a nivel del piso y constituyen una trampa, un callejón sin salida. Jesús nos conduce por el camino de la cruz a la gloria de la resurrección y nos proyecta hacia una vida digna, a la felicidad eterna. María, a quien Jesús desde la cruz nos entregó como Madre, interceda por nosotros para que seamos dóciles a la voluntad de Dios y que ella nos enseñe a llevar con amor nuestras cruces de cada día, para hacer un poco más liviana la cruz a Jesús y a los que viven cerca de nosotros.