Jesús se marchó al monte solo, porque vinieron a él queriendo hacerlo rey. Pero la multitud siguió buscándolo. Jesús, decíamos la semana pasada, desaparece a veces de nuestra vista precisamente porque queremos apoderarnos de él, ponerlo al servicio de nuestros intereses; prácticamente queremos manipularlo. Además, esas desapariciones o alejamientos de Jesús nos fuerzan a seguir buscándolo, y esto nos da ocasión de poner al descubierto nuestras verdaderas motivaciones y es oportunidad para irlas rectificando y purificando.
El don de la presencia de Cristo entre nosotros
Cuando la gente encuentra a Jesús no se explica cómo ha llegado hasta allí. En los versículos 16-23, del Cap 6 de San Juan, un poco atrás de donde tomamos hoy la lectura, se narra cómo Jesús atravesó el lago en medio de la tormenta caminando sobre las aguas. En realidad, las presencias de Jesús siempre tienen algo de misterioso, de imprevisto, de gratuito.
No es bueno acostumbrarse a ellas, darlas por descontado, como una especie de derecho que tendríamos y al que podemos recurrir en cualquier momento. Es preciso estar siempre abiertos a la sorpresa de una presencia que siempre será un regalo inmerecido. La presencia de Jesús es permanente. Jesús camina con nosotros, está a nuestro lado, haciéndonos discípulos misioneros.
Aquella gente, una multitud tal vez, buscaba a Jesús porque les había dado de comer hasta saciarse y querían hacerlo rey, para ya no pasar apuros. En realidad, buscaban a Jesús por un interés material, y no por el carácter de “signo” que aquella comida había tenido. Pero Jesús no denuncia ni rechaza esa motivación, y nos queda muy claro que la entendía y busca partir de ahí y hacer avanzar a todos hacia el encuentro con El. Jesús se vale de diversas circunstancias para que nos acerquemos y podamos encontrarnos con El.
Busquen el pan que permanece hasta la vida eterna
Pero, partiendo de ese hecho invita a estos incipientes discípulos a ir más allá: “Trabajen no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre”. No puede descalificar ese deseo de pan para el hambre del cuerpo, pues él mismo se ha preocupado de dar de comer a la multitud. Pero ahora les invita a que le pidan otro pan, que él mismo les quiere dar, y que sacia otras hambres más radicales y profundas: el hambre de la sabiduría que viene de lo alto; esto es, el hambre de visión y sentido de la vida: el hambre de amor y de alegría profunda, el hambre de salvación.
Es admirable cómo Jesús sabe hilar esos dos tipos de hambre y esas dos clases de pan. Él no es un manipulador que usa la capacidad de saciar el hambre corporal para ganarse adeptos. Es común que el que tiene algún poder lo use para conseguir la aceptación y el aplauso social, u otros resultados más bien manipuladores. Pero en Jesús las cosas son diferentes; si les ha dado de comer es porque ha sentido compasión de ellos y ha respondido a una necesidad real, dándonos así ejemplo y comprometiéndonos de esa manera a que busquemos la solución de esos problemas más inmediatos, como casa, vestido y sustento.
Cuidado con querer manipular
Puede ser también que intentemos manipular a Dios, recurriendo a él sólo cuando se tienen necesidades y problemas, exigiéndole soluciones que nosotros mismos deberíamos buscar, e incluso acusándole cuando las cosas van mal, como hace el pueblo de Israel en el desierto (olvidando bien pronto el don de la liberación que acababan de recibir, cuando los sacó de Egipto y los libró de las tropas del Faraón. Aún así Jesús los alimentó en el desierto con codornices y el Maná, que era figura también de la Eucaristía, como lo fue el pan que multiplicó para aquella multitud.
Pero claro, Jesús no exagera y no exige de inicio motivaciones perfectas, profundamente religiosas y espirituales; Jesús nos tiene paciencia, él es un buen pastor que se ocupa de las necesidades reales de los suyos y, por eso, les da de comer. Pero es también un Maestro, que, una vez atendidas esas necesidades básicas, sabe orientar la mirada e invitar hacia otras necesidades más decisivas, hacia otro tipo de pan que alimenta nuestro espíritu con bienes definitivos e imperecederos.
Así pues, Jesús ni usa las necesidades materiales de los demás en beneficio propio, ni las niega en favor de las más elevadas y definitivas, porque entre ellas no hay contradicción, pues todas tienen su importancia. Por eso, como buen pastor y maestro parte de nuestras necesidades elementales para guiarnos pedagógicamente al deseo de las necesidades más serias y profundas.
La satisfacción de las más ordinarias sirve de “signo” que invita a buscar las más altas. Se trata de un proceso de purificación de las motivaciones, de los intereses, que nos mueven a buscar a Jesús y a recurrir a Dios. Si en ocasiones, como dice el refrán, recurrimos a Dios sólo cuando aprieta la necesidad, Jesús aprovecha esta situación para recordarnos que existe otra clase de bienes, el alimento perdurable, el pan de vida, que sólo Dios puede darnos, y que nos lo ofrece en Jesucristo.
No solo de pan vive el hombre
Una vida entregada a la satisfacción exclusiva de las necesidades materiales acaba estando vacía, ya que como Jesús nos dice, no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Esa es la vida “pagana” materialista y aburguesada que Pablo nos invita a dejar atrás para aprender de Cristo, renovarnos en la mente y en el espíritu, vestirnos del “Hombre nuevo”, de la nueva condición humana que él mismo encarna, esforzarnos por lo que da sentido a nuestra vida y la salva, como son la justicia y la santidad verdaderas.
Pero la justicia y la santidad verdaderas no se olvidan del pan del cuerpo, sino que, por el contrario, siguiendo el ejemplo de Jesús, se expresan también remediando el hambre de los pobres y necesitados, trabajando con visión social y solidaria, con actitud de servicio. Nuestra espiritualidad ha de buscar el equilibrio, representado por las dos clases de pan, y evitar los extremos que lo vician. Las acciones pastorales han de realizarse como respuesta a necesidades reales de nuestros hermanos, pero también tienen que servir de signo para introducir pedagógicamente al deseo del alimento que perdura para la vida eterna, del don de la fe en Jesucristo.
Yo soy el Pan de Vida. El que viene a Mí no pasará hambre
Que muchos aparezcan en las parroquias o en los grupos cristianos porque buscan otras cosas distintas que el pan de vida que es Cristo –ej. amigos, ayuda material o psicológica, etc.-, no es motivo para criticarlos; es una buena oportunidad de acogerlos; hay que tomar en serio el hambre que los ha acercado al grupo, al sacerdote, a la Iglesia; el hambre que los ha acercado a Jesucristo, e iniciar con ellos un camino de purificación de motivaciones que los invite a realizar la obra buena, que es creer que Jesucristo es el enviado de Dios, creer que El es pan de vida que sacia para siempre las hambres fundamentales y las más profundas del ser humano.
Dice Jesús: Yo soy el Pan de Vida. El que viene a Mí no pasará hambre. Y el que cree en Mí nunca pasará sed. Esta promesa se concreta en la Eucaristía; por ello estamos aquí. Decía los primeros cristianos: sin la Eucaristía no podemos ser discípulos de Jesús, no podemos vivir la santidad. “Sólo mediante la Eucaristía es posible vivir las virtudes heroicas del cristianismo: la caridad hasta el perdón de los enemigos, el amor a quien nos hace sufrir, el don de la propia vida por el prójimo; y así la castidad, la paciencia en el dolor cuando se está desconcertado por el silencio de Dios en los dramas de la historia o de la misma existencia propia”. Así de importante es la Eucaristía.