El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús resucitado como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Y esas ovejas suyas somos todos: los de este redil, los miembros de la Iglesia católica; y también son suyos los de fuera del redil; es decir, los alejados, los sin religión, porque Dios quiere la salvación de todos. Dice Jesús: “Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10, 27-30).
El texto nos presenta al resucitado como pastor bueno, pastor que se acerca a nosotros en una relación particular con cada uno, él va delante de la comunidad de sus discípulos, delante de la Iglesia. Por contraste se nos habla también, cómo debe ser el discípulo. En efecto, Jesús ha dado su vida por nosotros para que tengamos Vida Eterna. Este es un privilegio inmenso que no merecemos ninguno de nosotros. Privilegio que requiere una respuesta exigida por el mismo Jesús en el evangelio, cuando nos dice: “Mis ovejas oyen mi voz… y me siguen”.
Escuchar su voz
¿Cómo escuchar la voz de Dios para poder seguirlo y no confundirnos a ante tantos llamados? Porque hay muchas voces en el mundo de hoy: los medios de comunicación social, las amistades negativas, los enemigos de la Iglesia, el relativismo de la cultura moderna, que cuestiona la Verdad y no admite principios ni valores en los que podamos identificarnos y ponernos de acuerdo.
En la cultura actual hay mucha mentira, pero sobre todo existe mucha confusión, por aquello de que a rio revuelto, ganancia de pescadores. Movimientos como New Age, y muchas otras corrientes de pensamiento y de conductas, buscan sacar ventaja de una sociedad desorientada.
Ya nos puso en guardia Jesús acerca de falsos guías y falsas propuestas. “Huyen ante el lobo, porque no son suyas las ovejas, no les importan y las abandonan. Y el lobo las agarra y las dispersa” (Jn. 10, 11-13). El lobo es el demonio o el diablo, el enemigo de Dios y de todos nosotros. Hay que saber escuchar la voz del Buen Pastor. El sí no cuida bien, El sí “da la vida por sus ovejas”. Habrá que reconocer su voz y seguirla, ya que nos lleva a la Vida Eterna?
Escuchemos la voz de Jesús en la Palabra del Evangelio, en la voz del Papa, de los obispos de los sacerdotes; oírla en los laicos que evangelizan, oírla en aquellas otras ovejas que están en el redil y que están siguiendo la voz del Buen Pastor. Pero habrá que escuchar la voz de Dios también en los signos de los tiempos, en los mismos acontecimientos. Quien oye la voz de Jesús oye todas estas voces y oye la voz de su conciencia, iluminada por la Verdad y por la Ley de Dios.
Seguir a Jesús
Cuando escuchamos la voz del Buen Pastor y prestamos atención a lo que nos aconseja y nos enseña, entonces podemos decir que lo estamos siguiendo de verdad. Y siguiéndolo, podremos llegar “a la Vida Eterna y no pereceremos jamás”, porque no hemos quedado a merced del lobo.
La salvación de Cristo es para todos: judíos y no judíos. De allí que Pablo y Bernabé tomaran como base para su evangelización a los paganos. dice Isaías: “Yo te he puesto como luz de los paganos, para que lleves la salvación a los últimos rincones de la tierra”. (Is. 49,6).
La Segunda Lectura (Ap. 7, 9.14-17) nos presenta la visión de San Juan acerca de todos los salvados: “Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas”. Esto quiere decir que la salvación de Cristo es universal; es para todos los que se sientan necesitados de salvación. Pero la acción salvadora de Dios exige que pongamos nuestra parte. Cristo nos ha salvado, pero debemos escuchar su voz para seguirle y avanzar y vivir esa salvación; debemos responder a sus gracias de salvación, siguiendo el mensaje del evangelio.
Esto significa que hemos aceptado las gracias de redención que Cristo nos trajo con su muerte en la cruz y que de verdad lo estamos siguiendo como él nos indicó: “el que quiera venir en pos de mi que se niegue a sí mismo que tome su cruz y me siga” Mt 16, 20.
Por otra parte, nos señala que nos ayudará y nos aligerará la carga. “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón y encontrarán alivio. Mi yugo es suave y mi carga ligera.
Así podremos ser contados dentro de esa muchedumbre del Cielo, donde ya no habrá “ni hambre, ni sed, ni quemaduras de sol, ni agobio del calor”. Allí ya no habrá más sufrimiento. En realidad, este asunto de la salvación es algo muy importante, algo que hemos de tomar muy en serio. Y Cristo nos pide además llevar ese mensaje de salvación a los demás… algunos hemos de predicarlo y anunciarlo con la palabra, y todos tenemos que expresarlo en las actitudes y las acciones de cada día.
Quienes somos ovejas del rebaño nos toca llamar a los que están fuera, a los incrédulos, a los rebeldes, a los confundidos, a los desanimados, a los desorientados, a los engañados para que puedan comenzar a escuchar o volver a escuchar de nuevo la voz del Buen Pastor.
Tres aspectos resumen el sentido de este domingo del Buen Pastor
= Cuando nos reunimos a celebrar la eucaristía es Cristo quien nos preside.
El ministerio del presbiterio es para hacer presente sacramentalmente esta realidad, para hacer patente que la Iglesia y todo lo que en ella hacemos, es un don que recibimos del Señor. Esta presidencia ha de ser vivida a la manera del buen pastor “que da la vida por sus ovejas”. Roguemos al Señor que nos conceda a los sacerdotes ser dignos representantes suyos en el Pueblo de Dios.
= Cuando escuchamos la palabra, es a Cristo a quien escuchamos.
Tenemos aquí un aspecto de reflexión muy importante sobre el peso que tiene el Evangelio y el conjunto de la Palabra de Dios en la vida de la comunidad y de cada uno de los creyentes. En realidad es en la escucha de la palabra, en su asimilación y profundización donde vamos conociendo a Cristo y nos disponemos a responder generosamente a su invitación. Que el Señor nos conceda a todos se verdaderos discípulos suyos, atentos siempre a su mensaje de salvación.
= La mesa de la Eucaristía es para compartir, es tos es, para dar y recibir.
Junto con el pan y el vino, ponemos nuestra vida toda sobre el altar. No se trata de ofrecer cosas, sino de ofrecer la propia vida para que sea transformada por el mismo espíritu que transforma el pan y el vino. Pero no hay un dar y recibir auténticos en la mesa eucarística, sino nos comprometemos en dar y recibir en la vida cotidiana, en el ir y venir de todos los días
Porque Jesús nos abre los ojos en la mesa eucarística, para ver su presencia en el camino diario de la vida, sobre todo para descubrirlo en sus “hermanos más pequeños”. Compartir el pan eucarístico implica compartir el pan de cada día en actitud de solidaridad y compromiso fraterno.
Es Jesús quien nos envía, al final de la Misa, después de nutrirnos con el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía. Por otra parte, el va delante de nosotros. El nos precede y nos conduce como Buen pastor. Así de importante es nuestra fe, nos damos cuenta que tiene una proyección social y humana muy fuerte, no se queda para nada aquí en el templo, sino que nos compromete a hacerla vida.