Por *Enrique Acevedo/The Whashington Post
El 14 de mayo de 2003 un grupo de 73 migrantes fue encontrado en Victoria, Texas, en la caja de un tráiler sin agua, sin comida y sin aire acondicionado. 19 murieron, entre ellos un niño de cinco años que fue encontrado abrazado de su padre, quien también murió. Nunca había ocurrido algo así en Estados Unidos.
La tarde de este lunes, poco menos de 20 años después, los cuerpos de 50 migrantes fueron encontrados en el remolque de un camión abandonado cerca de la ciudad de San Antonio, también en Texas. Cuando las autoridades locales llegaron al lugar, ubicado a 250 kilómetros de la frontera con México, los cuerpos deshidratados de las víctimas seguían irradiando calor. Como en 2003, no había rastros de agua, comida o aire acondicionado en el vehículo. La escena era tan caótica que los equipos de emergencia tardaron cerca de una hora entre el hallazgo de los cuerpos y el rescate de las víctimas que continuaban con vida, entre ellas cuatro niños.
Pero estos dos incidentes no son una excepción. En 2012, una camioneta en la que viajaban hacinados 23 migrantes chocó con un árbol en el sur de Texas y 15 personas murieron. En 2017, 10 hombres fallecieron en la caja de un tráiler en la que viajaban 200 migrantes. Un incidente parecido ocurrió en agosto de 2021.
El guion y los protagonistas siempre son, desafortunadamente, similares. Por eso la tragedia de esta semana demanda una nueva reflexión sobre las acciones que Estados Unidos y México han emprendido en la frontera durante los últimos 30 años. Hace falta una reforma migratoria integral, más visas de trabajo, más oportunidades para los refugiados y solicitantes de asilo, y menos muros. La política de sellamiento, la falta de coordinación entre los países involucrados y las retóricas incendiarias contra los migrantes han tenido consecuencias mortales para quienes buscan ingresar sin documentos a Estados Unidos y que son presa fácil para los criminales que controlan el acceso.
Estas organizaciones criminales explotan la necesidad de los migrantes y la corrupción en ambos países para generar ganancias multimillonarias y operar con impunidad. Los migrantes pagan miles de dólares a traficantes para llegar “al otro lado”. La transacción a veces resulta, pero a veces no. En algunos casos son detenidos y en otros entregan hasta la vida en el intento.
Ana, quien habló conmigo bajo la condición de proteger su identidad y usa solo su primer nombre, llegó a Estados Unidos hace un par de semanas desde Puebla, México. Le pagó 4,000 dólares a un traficante que prometió cruzarla por la frontera entre Sonora y Arizona en pleno arranque del verano. Viajó en autobús hasta Nogales, México, y ahí calcula que permaneció cuatro o cinco días en una casa con docenas de migrantes. Dentro tenían un solo baño, pero no había aire acondicionado, comida o agua. Durante esta época del año la temperatura en Nogales acaricia frecuentemente los 40 grados centígrados.
“Hubo ratos en los que pensé que no iba a librarla. Algunas de las personas que estaban conmigo se desmayaron del calor y la falta de agua. Algunas de las mujeres que venían desde Centroamérica me contaron historias terribles sobre lo que les había pasado en el viaje”, dijo.
Cuando los traficantes finalmente llegaron por ellos, les pidieron que se prepararan para cruzar de noche por el desierto con lo mínimo para sobrevivir el trayecto. Llegaron hasta Tucson, Arizona, y de ahí cada uno partió hacia su destino final. Conscientes de los peligros que enfrentan, para los migrantes que cruzan la frontera sin documentos las historias como la de Ana son consideradas una bendición.
La razón es que al menos 650 migrantes murieron en su intento de cruzar la frontera entre México y Estados Unidos el año pasado, la mayor cifra desde 2014, según la Organización Internacional para las Migraciones. La Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras estadounidense registró 557 muertes en la frontera suroeste durante el año fiscal 2021, mientras que en 2020 reportó 254 muertes y 300 en 2019. Pero organizaciones humanitarias advierten que la cifra es mayor, debido a que las muertes de migrantes en el lado mexicano de la frontera no son reportadas de forma confiable. También a las fallas sistemáticas que ha mostrado el gobierno de Estados Unidos para recuperar los restos de migrantes en su territorio.
La militarización de la frontera, con sus poco más de 1,000 kilómetros de muro, más de 19,000 guardias armados y sus drones, sumada a la narrativa antiinmigrante que promueven políticos como el expresidente, Donald Trump, o el gobernador de Texas, Greg Abbott, no ha logrado detener el flujo de migrantes pero sí ha incrementado sus muertes y las ganancias de las organizaciones criminales que los cruzan.
Abbott tuiteó el lunes que los migrantes muertos esta semana “le pertenecen” al presidente Joe Biden, pero los hechos muestran que los muertos son de todo un sistema político que se ha mostrado incapaz de enfrentar el problema, a través de una reforma migratoria integral.
En lugar de entender la seguridad fronteriza como parte de una estrategia más amplia, el sellamiento se convirtió en la obsesión de Washington para tratar de detener la migración indocumentada. Un experimento fallido y de graves consecuencias para la vida y los derechos humanos de quienes cruzan la frontera.
La migración es un fenómeno complejo para el que no hay soluciones simples y populares. La mejor forma de limitar espacios a la ilegalidad que derivó en la muerte de 50 personas al sureste de San Antonio esta semana es ampliando y fortaleciendo los espacios de la legalidad para los migrantes. Sin la voluntad política para lograr una reforma integral en este tema, la criminalización y la lista de tragedias seguirá aumentando.
*Enrique Acevedo es periodista mexicano. Trabaja en la cadena estadounidense CBS News y en ‘El Tiempo Latino’.