Si en verdad hay que fardar la unidad y fortaleza del pueblo de México no hay razón para filtrar la información con horas de retraso y vía Twitter.
Por Jorge F. Hernández/ Cartas de cuévano/El País
En Madrid, como supongo que en todo el mundo, la noticia de la tercera captura de Joaquín Guzmán Loera (conocido en todos los idiomas como Chapo) llegó vía Twitter y nada menos que en la cuenta del presidente Enrique Peña Nieto, por lo que –desde un principio y casi por principio- se imponía la verificación. Es decir, desde el primer instante empiezan las conjeturas de lo imposible, las posibles conspiraciones ante lo improbable y—a diferencia de las informaciones en taquicardia que irradian los recientes ataques terroristas en Francia—todo lo de México pasa por un raro filtro donde cualquiera se pregunta:
—¿Por qué un Jefe de Estado informa al mundo del notición de su vida a través de un Tuit y pasan horas para leer el discurso –escrito por otros—como comunicado oficial ante todos los demás medios?
—¿Por qué no tiene la debida importancia subrayar que la captura fue durante un operativo ejecutado muchas horas antes del mentado anuncio y que incluso la Secretaría de Marina había emitido un comunicado (éste sí oficial, y no de tuiterillo) donde informaba de los cinco muertos de una banda delictiva y de un militar herido en Los Mochis, Sinaloa?
—¿Por qué enfatiza y subraya el discurso presidencial el logro como obra exclusiva de la Marina de México y de todo el gabinete de seguridad y queda confuso que hasta en el propio Twitter la DEA de los Estados Unidos de Norteamérica al menos insinúa haber colaborado estrechamente en el acoso y derribo del delincuente más buscado del planeta?
Así, por el estilo, uno podría perder horas largas de sobremesa en tratar de entender los infinitos porqués que suscitan los hechos de México: que si los chistes son instantáneos, los memes memorables, las dudas inevitables, etcétera y etcétera, pero lo cierto es que hay fibras de fondo en la enredadera de dimes y diretes que los propios funcionarios fomentan con sus tartamudeos. Es decir, no se ha discutido ni aclarado debidamente la instantánea imbecilidad de quienes glorificaban al Chapo en sus sucesivas huidas y escapatorias; jamás se ha hecho un esfuerzo serio y colectivo por intentar desengañar a miles (o por lo menos, cientos de sinaloenses o analfabetas confundidos) que lo llegaban a tildar de Robin Hood, pasando por alto el irrebatible hecho de su violento currículum de terrores acumulados. El preso – ahora reapresado—es un asesino culpable de innumerables muertes, un envenenador de miles de organismos (no con la nube legalizable de la mariguana) sino con el letal entramado de sus rayas kilométricas de cocaína y sus toneladas mensuales de metanfetaminas… y no el exitoso empresario que hasta produce orgullo en quienes subrayaron su palmarés en la revista FORBES.
Tampoco se ha hecho una discusión pública ni una postura oficial declarada ante el galimatías que una vez más se plantea el Estado mexicano: ¿en verdad se le puede encerrar –ahora sí—en una hermética nevera sin que los mentados derechos humanos –perfectamente sobornables—empiecen a abogar por ablandarle las rejas, facilitarle ventanas o cambiarle uniformes? ¿en verdad convendría que el Chapo hablara a voz en cuello y concediera entrevistas a todos los medios que incluso con su fuga tuvieron acceso irrestricto y ridículamente libre a los escenarios de su dizque hazaña, donde unas muy maquilladas entrevistadoras recorrían su túnel en el penal como si estuvieran en Disneylandia? ¿en verdad le conviene a México la resignación de sus limitaciones y extraditarlo para ponerlo en manos de la justicia norteamericana que también lo reclama, sabiendo que en cualesquiera de las cárceles de máxima seguridad gringas un sicario como el Chapo no vería ni la luz del Sol ni tendría celda mayor al metro cuadrado de espacio?
Hasta hace cinco meses, la tradicional vergüenza que causaba comprobar en España que el mexicano más famoso –y por ende, sus mexicanismos más citados—ya no era Cantinflas, sino el Chapulín Colorado-Chavo del Ocho-Chespirito, cedió su lugar a la vergüenza aún mayor de que no hay un solo camarero, taxista, vecino o funcionario español que no sepa perfectamente bien quién es el Chapo y cuánto medía el túnel por donde escapó de la cárcel. No contaban con mi astucia, podría decir el Chapolín Colorado ante el azoro y asombro que causaba su increíble y triste historia lejos de México, ya como pasto para guiones cinematográficos y garantizada su trascendencia en futuras series de Netflix para las próximas décadas, pero aquí también llama la atención que –fuera de México—también parecen instantáneas las dudas sobre la tradicional corrupción de los gobiernos y gobernantes de México como inevitables cómplices de un reo que –believe it or not—quizá fue capaz de fugarse tal como dicen que se fugó, construyéndose él mismo su tunelito con su mucho dinero malhabido y ha de ser muy frustrante para un capo –habiendo engrasado la máquina infalible de su propia organización—de pronto amanecer lejos del penal en un mundo donde todo el mundo duda incluso de sus capacidades de escape, retacando los chismes y los periódicos con “veraces” insinuaciones de que solamente pudo haberlo logrado en complicidad con el propio gobierno. Incluso, no faltará ahora el imbécil que se apresure en intentar convencernos de que las tres fugas, las tres capturas y todas la parafernalia en torno al Chapolín Colorado no son más que una fantástica puesta en escena para distraer la atención del noble pueblo guadalupano ante el desplome de la paridad del peso ante el dólar, la llegada de marcianos a Tepoztlán o el precario estado de la Federación Mexicana de Fútbol en las auditorías sobre la corrupción en FIFA.
Perdón, pero en medio de todas las loas y apapachos, todas las llamadas de atención mencionadas en estos párrafos son dirigidas directamente al Presidente de México y al Estado mexicano: si en verdad hay que fardar la unidad y fortaleza del pueblo de México y de sus instituciones (como se lo escribieron en el discurso) no hay razón para filtrar la información con horas de retraso y vía Twitter (fomentando precisamente el primer hervor del escepticismo que llevamos innato) y no hay razón para ocultar la discusión sobre la extradición de éste u otros delincuentes como solución inevitable ante los endebles medios reales para garantizar su reclusión en México y no hay razón para seguir enjaretándonos ceremonias que parecen previamente ensayadas –otra vez, con horas de retraso—para dar el comunicado con bombos y platillo engominado, encorbatado y con los funcionarios en firmes en el centro del patio de Palacio. Si en verdad estamos ante un triunfo de la legalidad y el orden constitucional, asuma Usted entonces que no se ha hecho más que un lodazal de enredos leguleyos y verborreicos en torno a las descaradas transas y corruptelas de no pocos funcionarios públicos que no sólo malversaron fondos públicos en ostentosas casas (que ya ni son noticia), sino en repudiables actos de derramamiento de sangre y coerción autoritaria (que quizá ustedes también creen que ya no son noticia).
Por si no se entendió en prosa, lo intento decir a la Plaza Sésamo: Si la re-captura del Chapo Guzmán es triunfo exclusivo del Estado mexicano hay que aclarárselo abierta y directamente a la DEA y quien sea que se quiera colgar también la medalla, pero si su acoso y detención se debe a la cooperación con The Good Old United States pues también habrá que declarar abiertamente que se trata de un pájaro que sólo podrá recluirse a piedra y lodo en celda con barras y estrellas (y no en el nopal donde reptan las serpientes); Si en verdad quisieran erradicar la necia tendencia a dudar siempre del gobierno y de sus acciones, dejen entonces que el propio Chapo declare si sobornó o contó con ayuda de complicidad oficial para sus cinematográficas fugas… y si en verdad, es misión cumplida haberlo atrapado, hagan público –en español y en inglés—al menos la mitad de todo y tanto lo que tiene que soltar la lengua de este megacriminal del siglo XXI que cuenta con admirables redes internacionales para la producción, distribución, globalización, financiación, lavado y planchado de sus estratosféricas ganancias en todos sus negocios legales o ilegales, así como en sus cultivos, refinados, inversiones y ahorros. Sólo así podemos desear que el corrido de Joaquín Guzmán Loera concluya –ahora sí- con el ya muy esperado Chapolín Colorado, este cuento se ha acabado.