Mensaje del Obispo de Tuxpan: El señor espera nuestros frutos

 

Con la parábola de la viña, que narra el evangelio de este domingo, Jesús nos invita a reflexionar sobre el afán de dominio, que hace a un lado a quienes trabajan para que se generen los frutos de Dios. Los constructores del mundo han desechado la Piedra angular que es Dios; quieren borrar a Dios de la faz de la tierra. Los humanos matamos al Hijo, echándolo de la Viña del mundo. Y aún hoy seguimos matándolo, ya que vivimos una cultura destructora con tantas situaciones de pobreza, de marginación, de injusticia y de muerte.

La viña, en la Biblia, es imagen de lo que pertenece a Dios. Jesús denuncia-anuncia el destino y la suerte que espera a los discípulos y testigos de Cristo. Los verdaderos seguidores de Dios son calumniados, perseguidos y “martirizados”, por quienes se ostentan y actúan como si la viña fuera suya. Finalmente envió a su hijo. Pero los labradores se dijeron: «Éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia». Lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

La parábola va dirigida a los dirigentes, de todos los tiempos, que se consideran propietarios de la viña, y la “explotan” en beneficio propio. Se sublevan contra el único Dueño, persiguen a los profetas, arrojan fuera al Hijo, prescinden de él y ocupan su lugar.  “Jesús no denuncia al pueblo en su conjunto, sino a sus jefes”.  (J. Jeremías).

Se les quitará el reino de Dios y se entregará a un pueblo que dé a su tiempo los frutos que corresponden al Reino. El proyecto de Dios no fracasa. Su Hijo, el desechado, es la piedra clave de la humanidad. ¿Seguirá siendo actual el aviso de Jesús, de que será retirado el Reino a los primeros destinatarios, y le será dado a quienes den mejores frutos? 

Siempre habrá trabajadores que compartan su pan y su tiempo, sus alegrías y penas, su coherencia y su vida toda… formando la nueva comunidad de Jesús, la que produce, a tiempo, los frutos que el mundo necesita. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

El Señor nos dice que nos ha elegido para que demos fruto y nuestro fruto permanezca (Jn. 15, 16). Dios nos da una Viña para que la cultivemos. Nosotros mismos somos la Viña.  Así quiere que cada uno de nosotros seamos una viña fructífera que dé buenos y abundantes frutos. Nos da lo necesario, tal como señala Isaías en la parábola de la Primera Lectura, preludio del evangelio: “removió la tierra, quitó las piedras y plantó vides selectas y esperaba que su viña diera buenas uvas” (Is. 5, 1-7).

“¿Qué más puedo hacer por mi viña que yo no lo hiciera?El Señor nos da todo lo que nuestra alma necesita para dar frutos de amor, justicia y solidaridad. San Pablo habla de frutos del Espíritu: “amor, alegría, paz; paciencia, comprensión de los demás, bondad, fidelidad; habla de mansedumbre y dominio de sí” (Gal. 5, 22). Por último, ocúpense de cuanto es verdadero y noble, justo y puro, amable y digno, ocúpense de toda virtud y todo valor.” (Flp. 4, 8)

 

+ Juan Navarro Castellanos

Obispo de Tuxpan

EL SEÑOR ESPERA QUE DEMOS FRUTOS

En las tres parábolas del Templo, Jesús se opone a la actitud orgullosa y soberbia de los poderosos: El domingo pasado reflexionamos que los dirigentes decían una cosa y hacía otra: decían “sí”, pero a la hora de actuar era “no”. Este domingo veremos que en lugar de servir se constituyen en dueños. El próximo domingo nos daremos cuenta que se excusaban y no asumían el compromiso.

El Señor nos invita este domingo a reflexionar, cómo en la práctica, tentados por el afán de dominio, ignoramos a quienes trabajan para que se generen los frutos de Dios. Los constructores del mundo han desechado la piedra angular que es Dios; quieren borrar a Dios de la faz de la tierra. Los humanos matamos al Hijo, echándolo de la Viña del mundo. Y aún hoy seguimos matándolo, ya que vivimos una cultura destructora con tantas situaciones de pobreza, de marginación, de injusticia y de muerte.

Resumen de la parábola

Había un hacendado que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, edificó una torre, la arrendó a unos labradores, y se ausentó. Mateo continúa mostrando el enfrentamiento y la tensión creciente entre Jesús y los dirigentes religiosos. 

Ausentarse no significa que el Dueño se desentienda de su viña, de la historia, de cada uno de nosotros, sino que nos da un tiempo para asumir nuestra responsabilidad en su proyecto, respetando siempre nuestra libertad. Al llegar la cosecha envió sus criados a los labradores para recoger los frutos. Pero los labradores agarraron a los criados, hirieron a uno, mataron a otro y al otro lo apedrearon. De nuevo envió otros criados, en mayor número que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo.

El dueño de la viña

La viña, en la Biblia, es imagen de lo que pertenece a Dios. Jesús denuncia-anuncia el destino y la suerte que espera a los discípulos y testigos de Cristo. Los verdaderos seguidores y profetas de Dios son calumniados, perseguidos y “martirizados”, por quienes se ostentan y actúan como si la viña fuera suya. Finalmente envió a su hijo. Pero los labradores se dijeron: «Éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia». Lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. La parábola va dirigida a los dirigentes, de todos los tiempos, que se consideran propietarios de la viña, y la “explotan” en beneficio propio. Se sublevan contra el único Dueño, persiguen a los profetas, arrojan fuera al Hijo, prescinden de él y ocupan su lugar.  “Jesús no denuncia al pueblo en su conjunto, sino a sus jefes”

Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con esos labradores? Jesús pregunta a quienes dirige la parábola y espera respuesta. Con su infinita paciencia siempre da una nueva oportunidad para cambiar de actitud. Le respondieron: Acabará de mala manera con esos malvados, y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo. No se habla de la destrucción de la viña sino de entregarla a otros labradores. La nueva comunidad sustituye a la que no produce frutos. La esperanza está presente. La obra de Dios sigue y Jesús habla de otros posibles trabajadores.

Nuevos trabajadores

Siempre habrá trabajadores que compartan su pan y su tiempo, sus alegrías y penas, su coherencia y su vida toda… formando la nueva comunidad de Jesús, la que produce los frutos que el mundo necesita. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Se les quitará el reino de Dios y se entregará a un pueblo que dé a su tiempo los frutos que corresponden al reino. El proyecto de Dios no fracasa. Su Hijo, el desechado, es la piedra clave de la humanidad.

Para que den fruto

Para tener claro cuáles son los frutos que Dios espera de su viña, vayamos a Isaías (1ª. lec): “esperaba armonía y derecho, y le damos violencia; justicia, y no hay más que lamentos”. Los frutos, por tanto, están en la línea de la caridad y la justicia. El Salmo 79 nos presenta la imagen de la vid, que Cristo repite en su Evangelio.

El pueblo de Israel es la vid sacada de Egipto y llevada a la Tierra Prometida y que se expande bajo el Rey David. Y cada uno de nosotros somos esa viña que el Señor plantó para que demos buenos frutos. Para dar fruto hay que permanecer unidos a la vid, a él. “Yo soy la vid y ustedes los sarmientos. Si alguien permanece en mí y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí nada pueden hacer” (Jn. 15, 5).

Somos viña de Dios

El Señor nos ha elegido para que demos frutos (Jn. 15, 16). Nos da una Viña para que la cultivemos. Dios espera que cada uno seamos una viña que dé frutos abundantes. Nos da lo necesario, tal como dice Isaías en la parábola de la primera lectura, que es preludio de la de Jesús: “removió la tierra, quitó las piedras y plantó en ella vides selectas; esperando que su viña diera buenas uvas” (Is. 5, 1-7).

Dios dice: “¿Qué más puedo hacer por mi viña?” El Señor está diciendo que nos da todo lo que nuestra alma necesita para dar frutos de santidad, frutos de solidaridad, para dar lo que él espera de nosotros.

San Pablo habla de algunos frutos del Espíritu: “amor, alegría, paz; paciencia, comprensión de los demás, bondad, fidelidad; mansedumbre y dominio de sí” (Gal. 5, 22). Se trata de virtudes que fluyen de la caridad.  Los frutos son esas virtudes de las que nos habla San Pablo en la Segunda Lectura: “Por último, hermanos, ocúpense de cuanto es verdadero y noble, justo y puro, amable y digno de alabanza, de toda virtud y todo valor.” (Flp. 4, 8)

Si damos frutos podemos vivir en paz y armonía. Pablo dice: “La paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Cf. Flp. 4, 6-9). La paz de Dios no viene de la inteligencia; la sobrepasa. La paz verdadera viene de vivir en Dios y dar frutos de amor.

No se consigue con cálculos humanos, ni con nuestra sola voluntad; en realidad, nos es dada por el mismo Dios. Señor, ayúdanos a renovar los valores con que trabajamos la viña de nuestra persona, nuestra familia, nuestra Iglesia y nuestra sociedad; que podamos mejorarla y gozar de sus frutos.

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