Nos dice el Evangelio que Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Respondieron en base a opiniones de la gente: “Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas”. (Mt 16, 14). Y mientras expresan la opinión de los demás, expresan lo que probablemente pensaban ellos mismos en torno a Jesús.
La respuesta de la gente lo asocia a algunos personajes conocidos del pasado y a Jesús lo ven en continuidad con esa tradición del pasado. Todavía no acaban de captar y menos de entender la originalidad y novedad de la persona de Jesús y de su mensaje.
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Mt 16, 15). Pedro, como portavoz del grupo, responde con una profesión de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Confesión que a su tiempo todos expresaron de una u otra forma. (Mt 16, 16).
Y Jesús le dijo: “Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos”. “Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella”. Y añadió además: “Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará desatado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. (Cf. Mt 16, 17-20).
Estas fueron las palabras de Jesús al que antes se llamaba Simón y que ahora llama “piedra” -o más bien “roca”. El Apóstol San Pedro es, entonces, la “roca” sobre la cual Cristo funda su Iglesia. Pedro reconoce en Jesús al mesías y al Hijo de Dios, y Jesús confirma que la profesión de fe de Pedro no es fruto del esfuerzo humano, sino que es una revelación del Padre.
Esta página del Evangelio, tiene especial importancia para la Iglesia y nuestra vida cristiana. Pedro hace una profunda confesión de fe, ya que no sólo reconoce a Jesús como el Mesías, sino también como el Hijo de Dios vivo. Y Jesús mismo declara que Pedro ha hablado por revelación divina y lo señala como la piedra o el sólido fundamento de la Iglesia. La roca de Pedro está apoyada en la roca indestructible que es Cristo mismo.
La fuerza de la Iglesia, lo que la hace prevalecer a lo largo de veinte siglos, en medio de todos los vaivenes de la humanidad, viene de Cristo el enviado del Padre, que a su vez envió a Pedro y a los demás apóstoles. El Señor dio a Pedro y a sus sucesores la suprema autoridad en la tierra, el poder de perdonar, de abrir y cerrar.
Es por ello que nosotros, apoyados por el testimonio de Pedro y sus apóstoles, creemos en Jesús resucitado. Creemos en Cristo, nuestro Salvador; y como profesamos en el Credo, creemos igualmente en la Iglesia, cuerpo de Cristo; sabemos que todos somos miembros vivos de esa Iglesia. Para ser miembros vivos del Cuerpo de Cristo necesitamos el perdón de los pecados. Y Jesús dio a su Iglesia, en la persona de Pedro y sus sucesores, ese poder de atar y desatar.
+ Juan Navarro Castellanos
Obispo de Tuxpan
TU ERES EL SALVADOR DEL MUNDO
Nos dice el Evangelio, que estando de camino hacia la región de Cesaréa de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Todo sucedió “por el camino”, porque en la vida diaria surgen las preguntas y en ella hay que encontrar las respuestas. Jesús termina su estancia en Galilea y se dispone a subir a Jerusalén, y pregunta por la idea que tienen de él aquellas gentes que le han visto y oído.
A todos nos gustaría preguntar la opinión que tienen de nosotros aquellos con quienes vivimos y compartimos proyectos y experiencias del diario vivir. Así Jesús, después de haber curado, de haber liberado de diversas ataduras, y haber devuelto la dignidad y la luz a muchas personas, manifiesta su interés por saber lo que la gente siente y piensa acerca de él. Los discípulos también habían regresado, después de realizar su tarea evangelizadora. Sin duda era importante conocer también el testimonio que daban ellos mismos acerca de Jesús
Los discípulos respondieron en base a lo que la gente opinaba: “Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas”. (Mt 16, 14). Claro, mientras van expresando la opinión de los demás, también van expresando lo que ellos mismos piensan de Jesús. Vinculan a Jesús a la línea profética, ninguna alusión a un mesianismo político y poderoso. La respuesta de la gente lo asocia a algunos personajes del pasado y lo ven en continuidad con la tradición. Todavía no acaban de captar y menos de entender la originalidad y novedad de la persona de Jesús y de su mensaje.
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Mt 16, 15)
Pedro responde por el grupo con una profesión de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Confesión que a su tiempo todos expresaron de una u otra forma. Y Jesús le dijo: “Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos”. “Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella”.
Y añadió: “Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará desatado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. (Cf. Mt 16, 17-20). Estas fueron las palabras de Jesús al antes Simón y ahora llama “piedra” – “roca”. Pedro es la “roca” sobre la cual Cristo funda su Iglesia. Pedro reconoce en Jesús al Mesías al Hijo de Dios, y Jesús confirma que la profesión de fe de Pedro no es fruto del esfuerzo humano, sino revelación del Padre.
Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia
Esta página del Evangelio, tiene especial importancia para la Iglesia y nuestra vida cristiana. Pedro hace una profunda confesión de fe, ya que no sólo reconoce a Jesús como el Mesías, sino también como el Hijo de Dios vivo. Y Jesús declara que Pedro ha hablado por revelación divina y lo señala como piedra o fundamento de la Iglesia. La fuerza de la Iglesia, lo que la hace prevalecer a lo largo de veinte siglos, en medio de todos los vaivenes de la humanidad, viene de Cristo el enviado del Padre, que a su vez envió a Pedro y a los demás apóstoles. El Señor dio a Pedro y a sus sucesores autoridad en la tierra, el poder de perdonar, de abrir y cerrar.
Es por ello que nosotros, apoyados por el testimonio de Pedro y sus apóstoles, creemos en Jesús, el Señor, muerto y resucitado. Creemos en Cristo, nuestro Salvador; y como profesamos en el Credo, creemos igualmente en la Santa Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, y todos los bautizados, formamos parte de esa Iglesia, como miembros vivos. Sabemos que para ser miembros vivos del Cuerpo de Cristo necesitamos el perdón de los pecados. Y Jesús dio a su Iglesia, en la persona de Pedro y sus sucesores, ese poder de atar y desatar.
Esta es nuestra fe y ella es la base de nuestra esperanza.
Sabemos también que ella ha recibido, junto con el Espíritu Santo la garantía de la verdad, la luz necesaria para guiar al pueblo de Dios en su camino de éxodo en la tierra. Esta es nuestra fe y en ella se basa nuestra confianza. Allí donde está Pedro allí está su Señor que es nuestro Señor. En Cristo está la fuerza y el fundamento de nuestra fe en la Iglesia, y por ello, las fuerzas o los poderes del infierno no serán capaces de hacer naufragar la barca de Pedro.
Pedro escribió una preciosa carta (I Ped 2,4-10) en la que explica cómo entiende él las palabras de Jesús, no como un privilegio, sino como una responsabilidad, que debe compartir con toda la comunidad. Llama a todos los cristianos «piedras vivas», porque todos forman la comunidad de Jesús, asentada sobre el fundamento sólido de la fe. La bienaventuranza, la tarea, la misión, el encargo de Jesús es para todos los .
Señor, tu amor perdura eternamente.
Hace falta la sencillez, la humildad, la niñez espiritual, para conocer los secretos de Dios y para darnos cuenta de dónde está Dios. Una fe viva, fervorosa, perseverante, inconmovible sólo viene de Dios y sólo la reciben los que se abren a este don. Y la llave que abre nuestro corazón y nuestra mente a las cosas de Dios es la humildad.
Por eso en el Salmo 137 rezamos y recordamos que somos obra de Dios, que su amor perdura eternamente. Por tanto, no podemos ser engreídos y creer que la salvación es mérito nuestro, aunque exige nuestra aceptación y nuestra respuesta. Efectivamente, como señala el salmo, “el Señor se complace en los humildes y rechaza al engreído”. Y con humildad y confianza, le decimos: “Señor no me abandones”. (Cf. Salmo 137).
Pero esta pregunta es también para nosotros, los discípulos de Cristo que vivimos en el siglo veintiuno. ¿Qué significa Jesucristo para los hombres y mujeres de hoy? A pesar del secularismo cada vez más extendido y del abandono cada vez mayor de las prácticas religiosas y las tradiciones cristianas, Jesús representa hoy en día la novedad, la frescura y la contestación en una sociedad envejecida, que no sabe hacia dónde caminar.
Para muchos pobres y oprimidos Jesús es símbolo de una esperanza que no está solo en el “más allá”. Para quienes se preocupan de la situación social, Jesús aparece invitando a superar la opresión, los abusos y desigualdades: y nos invita a ver un hermano en cada prójimo y a vivir en mayor unidad, justicia y fraternidad. Cuando confesamos nuestra fe en Jesús, el Señor nos hace ver que no somos lo que éramos.
A Pedro le cambió el nombre, pero a todos nos cambia la vida cuando lo reconocemos y decidimos seguir sus pasos. Sobre la piedra de la fe, del servicio y el compromiso, de la apertura al Espíritu de parte de Pedro, de los demás discípulos y de todos los creyentes, se fundamenta la comunidad de Jesús, la Iglesia. Quien la dirige y la construye es Jesús. Con él nos hemos encontrado en esta celebración y cada día buscaremos seguir sus pasos, ya que él es el camino, la verdad y la vida (Cf. Jn 14, 6).