El festival arranca en Aranda de Duero con un escenario dedicado a los ritmos y la música que suena en los países latinoamericanos
Por Isabel Valdés/El País
La lluvia de café en el campo, las burbujas de amor y las peceras o cuánto gusta la gasolina son recuerdos que con más o menos fuerza tenemos pululando en el imaginario musical y, hasta hace no mucho, los ritmos latinoamericanos más reconocidos y reconocibles en España parecían reducirse a eso, a clásicos de Juan Luis Guerra, hits de verano, baladas de Luis Miguel y sí, reguetón. Allí pasaba lo mismo, todo sonaba a David Bisbal o a La Oreja de Van Gogh o a El canto del loco. Pero al otro del Atlántico hay más que Despacito y aquí no solo se canta lo que sale de Operación Triunfo (aunque también).
Argentina, Chile, México y Colombia son los países con los que España ha tenido más intercambio de sonidos, tanto nuevos como viejos pero desconocidos; y ahora, a ese cuarteto se unen otros como Ecuador, Perú o Chile. Desde el indie hasta el trap pasando por el rock, cada lugar tiene su propia forma y su propio fondo para cada estilo, están nutriéndose y expandiéndose y uno de sus anclajes fijos es, desde hace dos años, el escenario Charco en el Sonorama Ribera, un espacio con una ubicación que es un regalo (el Parque de La Isla, junto al Duero) y un concepto claro: aterrizar en la península lo que suena allí, eso que llaman vibra.
Miguel Ángel García Garrido, uno de los responsables de ese espacio del festival y director de la agencia que lo organiza, Charco Música —que empezó dedicándose a la prescripción de contenido musical iberoamericano en España y que acabó también por respaldar a los creadores españoles en países latinos—, cuenta algunas de las claves del crecimiento de la música latinoamericana en España a través de la historia de ese asentamiento en la cita musical arandina. La primera es el trabajo de hormiga de músicos y promotores; nombres como el de Javiera Mena, Él Mató a un Policía Motorizado u Onda Vaga llevan años sonando en salas y festivales, pero tener un espacio específico para reflejar la cultura alternativa latina ha sido cuestión de ir trabajando “poquito a poco durante mucho tiempo”. Algo que se aceleró con la llegada de Internet, otra de las claves.
“Gracias a la Red la gente ha descubierto nuevos ritmos y ese descubrimiento se ha unido a una saturación de sonidos que ya pedía un poco de viento fresco”, apunta García. España, como cualquier otro país, miró siempre más hacia el sonido anglosajón, a Estados Unidos e Inglaterra, las cunas del rock, y desde ahí se fue construyendo y versionando. “Los últimos años sobre todo han surgido países fuertes como Chile, Ecuador o Perú, además de los que ya tienen una escena más asentada como Argentina o México… Y no es solo cumbia, salsa o afrolatino, hay sonidos más andinos e indígenas, ritmos más ancestrales que a veces entroncan más con lo europeo”.
Para esa entrada y salida de músicos hacía falta, además, “abrir la puerta”. “Esa fusión e intercambio enriquece no solo al público sino a los artistas. España está empezando a ser una plaza más para Latinoamérica y allí los artistas españoles también encuentran ya su sitio”, explica García. Y Rodrigo Casa, promotor que hace de conexión entre Sonorama, Charco Música y México, alude también a una suerte de hermanamiento: “Es mucho más fácil entrar a un país si tienes un anfitrión, alguien que allí tenga su público y que te dé entrada, así que hacer por ejemplo un circuito de salas pequeñas para que te vayan conociendo es importante y funciona, o ser teloneros de una banda local. Los grupos se unen, se convierten en amigos y aliados”. Ocurrió por ejemplo con Lori Meyers y los mexicanos Enjambre, o con Belako y División Minúscula, también procedentes de México y que no vendrán este año pero están “apalabrados” para el que viene.
La importancia de las letras y el vínculo lírico, el amor por lo bailable, la afición por aprender y corear los estribillos, y la crecida que está teniendo la música urbana son otros puntos de conexión entre ambos continentes a los que alude Casa. Funk, trash pop, punk, indie, country, electrolatino mestizo, electrónica o hardrock, todo cabe y todo se recibe, según Javier Ajenjo, director del Sonorama, con los brazos abiertos. Y cree que lo han hecho tarde. “Llevamos años trayendo bandas latinas y no le habíamos dado forma hasta 2016, cuando surgió el escenario Charco, y es fundamental abrir ese espacio para una región con la que compartimos lengua y muchas veces filosofía”.
Este año, Charco estará dedicado a México, aunque cuenta con la presencia de varios países; el año que viene le tocará a Argentina el homenaje. Ajenjo añade que en esta edición de 2018 hay visita oficial de directores de festivales y promotores mexicanos “para crear un vínculo más allá de lo técnico o el intercambio musical”. “Que vean cómo se disfrutan aquí estos eventos, que beban vino, que coman lechazo y se mezclen con el público y los músicos y los vecinos… La música no solo une, es una forma de decir que estamos vivos. Y queremos seguir estándolo”. Para el futuro Ajenjo adelanta dos cosas: la certeza de seguir haciendo crecer ese escenario y la posibilidad de que sea el Sonorama el que cruce al otro lado. Vibra por vibra.