Mensaje del Obispo de Tuxpan: Fiesta de Cristo Rey. Que el Señor reine en nuestros corazones

Hoy vivimos una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es el Rey del universo. Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.

La fiesta de Cristo Rey, concluye el año litúrgico; durante él hemos ido haciendo memoria de cuanto Dios ha hecho por nosotros y por eso podemos sentirnos con agradecidos con él. Tenemos buenos motivos para festejar el reinado de Cristo, que inició cuando venció su muerte y que terminará cuando aniquile toda muerte, también la nuestra. Pero nuestra alegría sería tan inútil como nuestras esperanzas, sin no buscamos de verdad pertenecer a ese reino.

Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres.

Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía.

Para conocer lo que Jesús nos anticipó de ese gran día, podemos acercarnos al Evangelio de este domingo, tomado de San Mateo 25, 31-46.

En la fiesta de Cristo Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, empresas y en ambiente social.

Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo: es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas.  El reino de Dios es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”.

Pero es semejante también a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo; es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.

En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero será algo real y eficaz.

Las Lecturas de este último domingo del Año Litúrgico nos invitan a reflexionar sobre el establecimiento del Reino de Cristo en el mundo.

La Primera Lectura del Profeta Ezequiel (Ez. 34, 11-12 y 15-17) nos habla del momento en que “se encuentren dispersas las ovejas” y de cómo Jesús, el Buen Pastor atenderá a cada una: “Buscaré a la perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré” .

Y termina la lectura hablando del día del Juicio Final: “He aquí que voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”. En este anuncio del Juicio Final que hace Jesucristo en el Evangelio de hoy (Mt. 25, 31-46), El comienza con esa profecía de Ezequiel: “Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y El apartará a los unos de los otros… a las ovejas de los machos cabríos”.

La profecía de Ezequiel también nos remite a otro Profeta del Antiguo Testamento: el Profeta Zacarías (Zc. 13, 7 y 14, 1-9), quien igualmente nos habla del día final, anunciando la dispersión del rebaño:  “Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas… dos tercios serán exterminados  y sólo se salvará un tercio.  Echaré ese tercio al fuego, lo purificaré como se hace con la plata, lo pondré a prueba como se prueba el oro.  El invocará mi Nombre y Yo lo escucharé.  Entonces Yo diré: ¡Este es mi pueblo!, y él, a su vez dirá:  ¡Yavé es mi Dios!”.

El Salmo no podía ser otro que el número 22, el del Buen Pastor.  “El Señor es mi Pastor, nada me falta…”. Porque Jesús, antes de venir a establecer su Reinado definitivo, cuida a cada una de sus ovejas, como nos dice la Primera Lectura y como nos indica este Salmo, favorito de muchos.

La Segunda Lectura (1 Cor. 15, 20-28) nos habla del establecimiento del Reino de Cristo. Su resurrección es primicia de la nuestra.  Nos dice Cristo que aniquilará los poderes del Mal, someterá a todos bajo sus pies, para luego entregar su Reino al Padre.  Y así Dios será todo en todas las cosas.

El Evangelio de hoy es el famoso pasaje sobre el Juicio Universal o Juicio Final: “tuve hambre y me diste de comer… tuve sed y me diste de beber…”. ¿Significa, entonces, que sólo seremos juzgados con relación a lo que hayamos hecho o dejado de hacer al prójimo? Si fuera así, ¿cómo quedan entonces las faltas contra Dios?. De hecho se habla de juicio particular y juicio universal.

Queda muy claro que seremos juzgados sobre cómo hemos amado a Dios y cómo ese amor de Dios se ha reflejado en nuestro amor a los demás. El Señor nos ha dicho que al que mucho ama (cfr. Lc. 7, 47) mucho se le perdona, pero seremos juzgados por todas nuestras acciones: en la Fe, en la Esperanza, en la Caridad, en la humildad, etc.  En todas las virtudes; también, en las acciones y en las omisiones, en lo pensado, en lo hablado y en lo actuado, en lo oculto y en lo conocido, en todo.

En el Prefacio de la Misa de Cristo Rey del Universo rezamos que el Reino de Cristo es un Reino de Verdad, de Vida, de Santidad, de Gracia, de Justicia, de Amor y de Paz.  Así será el Reino de Cristo cuando él vuelva glorioso a establecerlo definitivamente.

Pero, mientras tanto, mientras estamos preparándonos para su venida definitiva, mientras viene Cristo como rey glorioso, podemos y debemos propiciar ese reinado suyo en nuestros corazones y en medio de nosotros, en los diversos ámbitos de la vida social

La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender el Reino de Jesucristo en la humanidad. Su predicación y extensión debe ser el centro de nuestros afanes y de nuestra vida, como miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que Jesucristo reine en el corazón de los seres humanos, en los hogares, en la sociedad y en los pueblos. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.

Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, necesitamos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de ellos recibimos gracias que van abriendo nuestros corazones al amor de Dios. Se trata de conocer a Cristo en el caminar de nuestras vidas.  Acerquémonos a la Eucaristía, esto es, a Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando la Palabra del Señor.

+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan

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