Brillante conferencia de Armando Nieto sobre el General Felipe Ángeles.

Por Inés García Nieto

 


Con la pasión del artista desbordando por los sentidos, el poeta Armando Nieto rindió un homenaje al general Felipe Ángeles Ramírez, quien fuera fusilado en Chihuahua, el 26 de noviembre de 1919, por órdenes del presidente Venustiano Carranza.

 

El homenaje realizado en un pequeño salón de Casa de Cultura de Tuxpan, reunió a autoridades municipales, navales, educativas,  y personas amantes del conocimiento, quienes antes de que “El poeta de la ciudad Armando Nieto”, emitiera las primeras palabras nacidas de la conciencia y el corazón,  escucharon la voz del reconocido actor Ignacio López Tarzo, relatando en forma de corrido los momentos más trascendentes del general Felipe Ángeles Ramírez.

 

Armando Nieto  Sagahón, médico de profesión, dijo ser un ferviente admirador de la vida íntegra  de este héroe anónimo del México nuestro, quien pese a haber sido Secretario de Guerra, hablar cuatro idiomas, tener vocación de conciliador, y desear con vehemencia que los mexicanos dejaran de matarse entre sí, no recibió el perdón del presidente Carranza.

 

Felipe Ángeles Ramírez nació en Zacualtipán, Hidalgo, el 13 de junio 1869. A los 14 años de edad ingresó al Heroico Colegio Militar, donde fue el cadete más brillante de su generación. A los 21 años fue profesor de mecánica analítica, y fue elegido para dar un discurso en una ceremonia presidida por el presidente Porfirio Díaz, donde hizo una dura crítica a los malos militares de ese México convulso. Los aludidos pidieron a Díaz que lo fusilara. Días respondió que el joven tenía razón, y posteriormente fue enviado a  Alemania, Francia y Bélgica a estudiar.

 

A su regreso, años después fue nombrado secretario de Guerra por el presidente Venustiano Carranza, quien lo envió a Chihuahua para pelear al lado de Villa, pero sus tropas fueron vencidas en Celaya. Ángeles decide radicar en el Paso, Texas, donde sostiene a su familia escribiendo artículos para la prensa norteamericana, y alimenta su intelecto leyendo decenas de libros.

 

Regresa a Chihuahua para entrevistarse con Villa, a quien le propone un programa de alianza en el país, y que no fusilara a los prisioneros de guerra, pues eran hermanos enfrentados por la guerra. Este lo saluda con efusividad y admiración, pero no acepta la propuesta. El general Felipe Ángeles se vuelve a despedir al ver que su deseo de paz era un sueño, y Villa sabe que sería la última vez que lo vería con vida.

 

Félix Salas, un compañero de batalla lo lleva a una cueva en la sierra del norte, y lo delata con el gobierno de Carranza esperando una gran recompensa económica. Fue llevado preso en un vagón de tren a Chihuahua.

 

El gobierno Constitucionalista convocó a un consejo de Guerra que inició el 24 de noviembre de 1919, y el amplio salón de Parral, donde sería juzgado el estimado y admirado general, estaba totalmente abarrotado.

 

El consejo estaba integrado por seis generales, y en el ambiente se sentía una gran tensión.

En la sala donde se juzgó a Felipe Ángeles como traidor a la patria, se escuchaban voces de desaprobación de parte de los cientos de espectadores, cuando éste hablaba.

 

Felipe Ángeles exaltó las virtudes vistas en Villa Díaz y Madero, y condenaba la ambición de poder de Huerta y Blanquet, y otros de igual estirpe, de quienes dijo.- No los considero enemigos, sino hombre inútiles y de inteligencia estrecha.

 

El recinto se llenó de aplausos, y el general Gabriel Gavira amenazó con sacar a quien hiciera ruido. Entonces Ángeles se irguió y dijo:

Sé que me van a fusilar, por ello pido que estas personas conozcan mi conducta como hombre de México. Me junte con Villa para tratar de salvar a la sociedad de Parral. Es necesario ayudar a quien lo necesita y hacer comprender a las masas que la democracia no debe ser servil. La gran potencia es la voluntad que debe dominar en el individuo para robustecerlo y así normar los actos de su vida. El pueblo debe reunirse, conocer a sus servidores, no a los que les imponen engaños para que se haga lo que quiere el de arriba. Los Estados deben tener ideas propias, principios, moral y libertad para construir la grandeza d la nación. Mi deseo ha sido unir a todos los mexicanos con principios de fraternidad. Esos que hoy me traicionan y se levantan contra mí, son los  mismos asaltantes de Columbus, los violadores de niñas y jovencitas, que han robado, ultrajado y asesinado-. Son los mismo que me decían ¡Mi General!. Los que hoy me han entregado.

 

Las Reformas me parecen buenas, las leyes deben reformarse conforme lo necesite el pueblo…la educación es necesaria para servir, los maestros, licenciados y los médicos, se preocupan nada más por vivir, sin prestar un servicio efectivo al país. A los hombres inteligentes se les odia, se les destierra y se les mata.

 

El caudillo es otro de los peligros que reduce al pueblo, porque siguen al caudillo, no a los ideales y principios verdaderos. Sé que me van a fusilar, pro también sé que mi muerte hará más por la causa democrática, porque la sangre de los mártires fecundiza las grandes causas.

 

Yo no abrigo odios contra nadie. Cuando Madero me envió a combatir a los zapatistas, muchos de ellos me llegaron a estimar hasta que creían que yo era zapatista, y varias veces me perdonaron la vida…yo siento cariño entrañable por los mexicanos de cualquier creencia, religión o credo político, siento amor por toda la humanidad, amo inclusive a todos los animales, porque a veces nosotros somos más malos que ellos, y he llegado hasta creer que es más salvaje para matarlos, para comérnoslos.

 

Deseo que los constitucionalistas abran los brazos a todos sus hermanos, que se instruyan para que formen un gobierno ejemplar y que aprovechen con trabajo fecundo las riquezas naturales. Por lo general los mexicanos abrigamos sentimientos de repulsión hacia los norteamericanos. Eso es un sentimiento instintivo del peligro que sentimos en el corazón. Yo admiro a los Estados Unidos que comparo con Roma; pero no quiero que Estados Unidos –como Roma- pretenda absorber a todas las naciones. El presidente Wilson y grandes hombres de Estado proponen una gran liga de unión, y así México tendrá una buena oportunidad de escapar de la guerra logrando la equidad y justicia social con los estados Unidos, sin tener que sufrir la vergüenza de ser conquistado. Hago votos para que nuestros estadistas reaccionen sin complejo de poder, a finde resolver los problemas imperantes en nuestra nación, y digo esto para que después se dicte mi sentencia de muerte, y yo haya desaparecido sepan que fui un hombre bien intencionado para México.

 

Felipe Ángeles dejó de hablar en un silencio impresionante.

El debate había durado nueve horas de ese histórico 24 de noviembre, y continuó hasta la madrugada del martes 25. La sesión reanudó a las diez de la mañana y cerca de las 12 de la noche se dictó la sentencia de muerte.

 

Los telegramas y cartas pidiendo el indulto a Felipe Ángeles, no llegaron a las manos del presidente Carranza. Sus militares cercanos se encargaron de responder por su cuenta.

 

En su celda, escribió una carta de despedida a su esposa Clarita y a sus cuatro hijos: Chabela, Alberto, Julio y Felipe, y mientras esperaba la llegada de su muerte, leía la Biblia y  al filósofo francés Renán.

 

El 26 de noviembre, antes de llegar al paredón donde sería fusilado, Felipe Ángeles abrió las manos y dijo.- Que este abrazo sea para todos, y hago votos por la paz en toda la República…

 


La vida del general Felipe Ángeles fue escrito por teniente coronel Víctor Gutiérrez Rosas, y fue facilitado al poeta Armando Nieto, por el mayor Jorge Cruz Escobar.  

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