Por Miguel Pulido
En la página del gobierno de Veracruz reposa impune un comunicado de prensa. En él se trascriben las declaraciones del gobernador Javier Duarte respecto a la reciente desaparición forzada de cinco jóvenes, a manos de policías estatales, en el municipio de Tierra Blanca en ese mismo estado.
Sin pudor y sin respeto por el dolor de las familias de los jóvenes desaparecidos, en pleno proceso de investigación de una gravísima violación a los derechos humanos, Duarte piensa que es momento para soltar frases huecas:
“Lamentablemente en temas de seguridad podemos hacer 99 cosas bien, pero si una sale mal se empaña el esfuerzo, como es el caso que hoy nos obliga a estar atentos; sin embargo, los resultados ahí están y los índices delincuenciales van de manera clara a la baja. Estamos trabajando para revertir la inseguridad a través de la firmeza y la actuación de nuestras instituciones”.
No es la primera vez que los dichos del gobernador rehúyen a decir algo inteligente respecto a temas sensibles. En octubre de 2014, Duarte declaró que en Veracruz antes “se hablaba de balaceras, de asesinatos, de participación de delincuencia organizada, y hoy hablamos de robos a negocios, que se robaron un frutsi y unos pingüinos en un Oxxo“.
Mientras Duarte se refugia en sus fantasías, Veracruz es gobernado por el miedo y la zozobra. En 2014, por ejemplo, de acuerdo a las cifras oficiales hubo más de 160 secuestros. El estado se convirtió en la tercera entidad federativa con más denuncias de éste delito. Respecto a la violencia homicida, a la par del hábito mitómano de Javier Duarte solo está la incompetencia de su gobierno.
Pero el gobernador sustituye las artes de estadista por las de maquillista. Las cuentas de Duarte no son fiables. Las autoridades veracruzanas dijeron al INEGI que tuvieron mil 786 averiguaciones previas sobre homicidios dolosos entre el 1 de diciembre de 2012 y el 31 de julio de 2015. Sin embargo, como reportó en su momento Aristegui Noticias, un estudio del semanario ZETA documentó 2 mil 189 en el mismo periodo. En tres años el gobierno de Veracruz pretendió esconder por lo menos 403 asesinatos.
Confrontado con la sensibilidad, Javier Duarte ha sido exhibido por familiares de víctimas por la falta de diligencia de los servidores públicos de su administración. Hace unos meses circuló un vídeo tomado en Orizaba que lo exhibe incapaz de dar la cara a la madre de una joven desaparecida. Boquiflojo lanza amenazas a las reporteros y les advierte que se porten bien. Hecho grave si tenemos en cuenta que Veracruz es el territorio más mortífero para la prensa en México. Inflado de megalomanía, como si su popularidad fuera un bien público de los veracruzanos, nos advierte que cuando los reporteros mueren, al que critican es a él.
El caso más reciente y discutido (que no el único) muestra que lo que sucede en Veracruz es realmente grave.
El fiscal general del estado, Luis Ángel Bravo, ha dicho a agencias internacionales que siete policías estatales entregaron a los cinco jóvenes a grupos de delincuencia organizada. Ante eso, Duarte parece firme en la disciplina de negar los problemas, tal como un tuit suyo lo resume:
“Se aplicará todo el rigor de la Ley a malos policías, y no habrá ningún tipo de consideración para ellos.”
Frente a la evidencia de una estructura criminal que opera en los extremos de la impunidad, Duarte habla de “malos policías”. Endereza una amenaza de castigo “sin consideración” como si fuera un director de colegio y no quien debe conducir instituciones con capacidad de investigación criminal frente a la delincuencia organizada.
El hallazgo de más cuerpos en fosas clandestinas confirman lo dicho por el grupo de trabajo sobre desaparición forzada o involuntaria de personas de la ONU en su visita a nuestro país el año pasado: al problema de la desaparición forzada lo agrava que no ha sido reconocido de forma consistente, uniforme y homogéneo entre todas las autoridades del Estado mexicano, ni al más alto nivel.
La frivolidad es lo más cercano a la estupidez, dijo alguna vez el escritor Gastón Gori. Remató: la frivolidad es una falta de inteligencia y de capacidad para poder analizar cosas superiores de la realidad y de la vida. No encuentro un calificativo más adecuado para referirme a las declaraciones y actuaciones del gobernador de Veracruz. Su frivolidad es insoportable.